C3.-Maldad sin límites

Novela de primavera por entregas (1ª parte: Corre, huye, desaparece)

NOTA: Aprovechando las jornadas de asueto de Semana Santa adjuntaré un capítulo cada día. Gracias por leer.

Tapa de alcantarilla similar a la que abrieron para arrojar al joven ejecutivo y administrador de capitales Juanpe Perrote Poterna

El inspector Tilo Dátil salió del hospital y activó su teléfono para dar los buenos días a su inquilina Amalia. Una sucesión de pitidos le informó de las llamadas y mensajes pendientes. Caminó hacia la parada del autobús, pero siguió adelante al comprobar en la pantalla de la marquesina que el próximo coche tardaría diez minutos.

La opositora Amalia ya estaba acodada, metida en faena.

–Dudo que pueda ir a comer contigo –le dijo.

–¿Otro homicidio?

–Si señoría; en grado de tentativa, pero raro de narices.

–¿Puedes contarme algo? Y no me llames señoría –le corrigió Amalia.

–Quisieron matar a un hombre arrojándolo por una alcantarilla.

–¡Queee!

–Lo que has oído.

Improbitas nescere limes.

–En cristiano, Amali, por favor.

–Que la maldad no conoce límites.

–Cierto y verdad. Bueno, después hablamos.

La primera llamada perdida era de un afinador del pianos. La segunda, de Merche.

–¿Alguna novedad? –Le preguntó Tilo.

–Nada especial; sólo quería pedirte disculpas por mi brusquedad matinal.

–Ya te conozco. Y no puedo dar de lo que carezco, jeje.

–¿Qué tal la víctima?

–Dice que no tiene enemigos y descarta que sea una venganza.

–¿Que no tiene enemigos el sobrino y colaborador del tesorero del principal partido de la derecha en el Gobierno? Anda ya…

–No sabía que era pariente del tesorero…

–Poterna. Pariente y colaborador.

–Eso explica alguna cosa, como la prisa de la comisaria en ocuparnos del asunto.

–Lógico. Es un tío importante.

–Si, por parte de tío, jeje.

–No seas frívolo.

–Me río por no llorar; se me ha escapado crudo.

–Ya lo veo; ni siquiera los datos parentales, inspector.

–Estoy perdiendo reflejos.

–¿No te ha dado alguna pista, una sospecha de por dónde pueden ir los tiros?

–Nada de nada… Voy a echar una ojeada al escenario del crimen y luego nos vemos.

Tilo aflojó el paso en la plaza de Manuel Becerra y comprobó la siguiente llamada perdida. Era el número largo de la centralita de la Jefatura. Alguien quería algo, pero al desconocer quien era lo dejó correr. La siguiente llamada era del amigo y compañero Fiol, un izquierdista aficionado a la historia a la inversa (de adelante hacia atrás) al que los mandos, casi todos derechistas cuando no fachas redomados, no permitían la jubilación completa porque sabía árabe. Le trasladaron al grupo especial contra el terrorismo islámico con funciones de escucha y traducción.

–Buenos días Fiol ¿qué se te ofrece? –Le saludó Tilo.

–Antes de nada: ¿Vamos el sábado a ver la Peña Escrita?

–Por mí no hay inconveniente. Y a Mingus le vendrá bien orearse.

–Correcto, entonces quedamos. Otrosí: me han informado que llevas el caso del tío que sacaron de las cloacas esta madrugada junto a la plaza de Colón.

–Cierto.

–¿Tienes algo que huela a terrorismo yihadista?

–Nada; tiene toda la pinta de una venganza. Pero me parece curioso que la víctima, un ejecutivo de las finanzas, sostenga que nunca ha hecho mal a nadie y afirme que los agresores eran terroristas. Acabo de hablar con él y está convencido de que fue un atentado. ¿Quién te ha dicho eso, si no es indiscreción?

–Lo he oído arriba –dijo Fiol.

–Pues tengo la impresión de que han intoxicado a los de arriba.

Tras despedirse de Fiol no tuvo duda de que aquel Perrote Poterna era un tío importante y deseó que el comisario general y la víctima llevasen razón y le quitaran el caso de encima.

Siguió caminando a paso ligero por Francisco Silvela hasta enlazar con Ortega y Gasset. Aprovechó la pausa ante un semáforo para llamar a Maricopa, del servicio de video vigilancia del centro de la ciudad. Era una buena amiga, Maricopa.

–¿Tenéis cámara a la altura del número 33 de Ortega y Gasset, nada más pasar la plaza de Salamanca, en la confluencia con Castelló?

–Llegas tarde, Dátil. Es la segunda vez que me lo preguntan hoy, y no son las diez.

–¿Ah, si? ¿Puedo saber quien se me anticipó? No me gusta duplicar esfuerzos.

–Un tío que dijo ser de la brigada de información antiterrorista. No apunté el nombre.

–Mal hecho, jeje… Es broma.

–Ni broma ni leches: me debes una copa. No apunté el nombre porque no hay cámara que registre el tráfico en esa zona de la calle hasta La Castellana. Las que tenemos en Marqués de Salamanca están orientadas hacia Príncipe de Vergara. O sea que nada, monada. Lo siento. Y no te pregunto qué ha pasado porque no me lo vas a contar, ¿verdad?

–En eso tienes razón, muchas gracias, Mari y que tengas buen día.

Ya en la zona del suceso realizó una composición de lugar: imaginó a los dos agresores acechando a la víctima cuando llegó en su coche y se desvió hacia la rampa del aparcamiento subterráneo exclusivo para residentes. Acto seguido se habrían desplazado sin prisa hasta los muretes de hormigón, de metro y medio de alto, que flanquean la escalera de salida del parking y habrían esperado a que asomara la cabeza, momento en que habrían hecho una señal a la rubia para que se moviera desde la esquina de la calle Castelló, donde hay una sucursal bancaria, y se dirigiera a su encuentro con un pitillo en la mano con el fin de pedirle fuego. En ese instante los matones cayeron sobre Perrote, lo inmovilizaron y lo condujeron a empellones y pinchazos hasta la boca de la alcantarilla, situada en la calzada, a poco más de dos metros del bordillo de la acera. Es muy probable, se dijo, que los malotes tuvieran uno o dos compinches encargados de quitar la tapa y controlar la alcantarilla, desviando a los coches que circularan en ese momento, hasta consumar la fechoría y reponer la chapa en su lugar. Examinó al detalle la tapa, cuatro agujeros –dos a cada lado– de ventilación, una orla con la inscripción del ayuntamiento, seguida de siete estrellas, la palabra “saneamiento” en el centro y nada más. No parecía muy pesada. Con meter uno o dos ganchos de hierro por los agujeros y tirar fuerte hacia arriba se abriría una ranura suficiente para arrastrarla sesenta centímetros y dejar la cloaca al descubierto. “¡Qué cabrónides!”, exclamó.

El portero del edificio 33, pegado al parking subterráneo, tenía cara de buena persona y edad suficiente para dejar de trabajar. “De hecho –le dijo–, ya estoy jubilado, pero la paga es tan magra que he tenido que agarrar la jubilación activa para ayudar un poco a los hijos: tengo dos en el paro obrero”. El señor Gregorio no vio nada y no pudo ver nada porque los domingos libraba y se quedaba en casa, en la antigua barriada de Pilar. Ni siquiera estaba enterado del suceso. “No he sentido nada por la radio”, dijo. Desde luego, conocía al señor Perrote, le parecía un tipo engolado y distante, y su trato con él se limitaba al saludo habitual de hola y adiós.

–¿Qué ha hecho, si se puede saber?

–Más bien se lo han hecho a él –dijo Tilo.

–¿Qué ha sido, pues?

–Se lo puedo decir, pero si se va de la lengua lo meto en la cárcel.

–Soy una tumba –respondió Gregorio.

–Lo tiraron por esa boca de alcantarilla.

–¡No fastidie! Hay que tener mala sombra para hacer eso.

–Pues sí, muy mala leche.

–Diga usted que conmigo no podrían hacerlo –dijo, tocándose el vientre atonelado.

–Su dinero le habrá costado.

–Nos ha jodido mayo con las flores. Pero lo que yo digo: mejor echarlo aquí que en drogas, putas y juego.

En respuesta a las preguntas del inspector, el portero dijo que con la madre del señor Perrote había tenido buen trato.

–Doña Constanza Poterna era una buena señora. Y muy rica. Cuando hicieron el agujero ahí al pie se quedó con media docena de plazas: tres para la familia y otras tantas para alquilar. Era farmacéutica y regentaba varias oficinas de farmacia, una aquí, en el distrito de Salamanca, otra en Carabanchel alto y creo que otra en Alcorcón. Lo cierto es que se podía hablar con ella, se interesaba por ti y dejaba buenas propinas.

–Habla en pasado, ¿quiere decir que ya no las deja?

–Se jubiló hará cosa de tres años y se largó a vivir a La Rioja, donde, al parecer tiene un edificio de pisos en Logroño y una extensión de viñedos que quitan el hipo. Ya le digo que es una mujer muy rica, una señora estupenda. En cambio, el hijo… Bueno, eso de tirarle por la alcantarilla significa que algo muy malo habrá hecho.

–¿Cree que algún vecino quería vengarse de él por alguna fechoría?

–Ese no vive aquí, sino ahí abajo, en el edificio que hace esquina con Núñez de Balboa, frente al palacete del Gallo. Tengo entendido que él y su tío tienen un piso cada uno en esa finca. Así que si alguien de aquí le tenía tirria, no le puedo decir. Desde luego el hijo, al contrario que la madre, una bellísima persona, no tenía trato con ningún vecino. Ya le digo, un señorito estirado al que parecía que le habían metido un palo por el culo. Y usted perdone. Pero oiga, es que más de una vez y más de dos, sobre todo cuando venía en moto, me llamaba por el interfono para que bajara a abrir el portón del parking porque se le había olvidado el mando. Y no digo yo una propina, que eso, para los ricos, son palabras mayores y, encima, nunca llevan dinero suelto, pero si las gracias, que no cuestan nada. Pues no.

–Gregorio ¿le importa que eche una ojeada al parking?

–En absoluto, le acompaño.

Mientras recorrían la primera planta del aparcamiento subterráneo –tenía dos– el portero se refirió a la fiera de la construcción: “Desde que la fiebre de la especulación inmobiliaria llegó al subsuelo, han dejado las calles como un queso gruyer; Ortega, Príncipe de Vergara, Velázquez, Goya, Juan Bravo, Narvaez…, en todas las que tienen amplitud han hecho ratoneras para meter los coches. ¡Menudo negocio para el Ayuntamiento y las constructoras! Pero no para ahí la cosa porque el alcalde Gallardón –yo le llamo Gasradón– se ha seguido forrando con esa operación de quitar las baldosas y poner granito en las aceras. Se ve que como ya no tenían de donde sacar petróleo, pues venga granito Granilouro de Pontevedra por doquier. De algún modo había que seguir embolsando pasta y ganando elecciones. Y al final ¿qué? Al final resulta que ese tío tan listo y ambicioso nos va a matar con gas inerte el gas radón que desprende el granito y se acumula en estos subterráneos y es cien por cien cancerígeno.

–Le veo muy bien informado –dijo Tilo.

–Algunas cosas estudio. Bueno, usted perdone el mitin.

–Perdonado.

–Si es que le tengo tal asco a ese Gasradón que me disparo.

–Le entiendo; hay gente que abusa del poder.

–Abusar es poco: lo usan para forrarse y hacer daño a los de siempre, los de abajo.

–También hay políticos buenos –adujo Tilo.

–Lástima que duren poco. Mire, esas son las tres plazas de los Perrote.

Una estaba ocupada por un Mercedes azul oscuro todo-terreno, otra por una moto Honda RC2113V de mucha categoría, y la tercera por un Smart eléctrico enchufado a la corriente. Tilo miró el Mercedes detenidamente, se inclinó como si quisiera ver la marca de los neumáticos, pero era el reposapies lateral derecho lo que atraía su atención, ya el metal plastificado o el plástico metalizado tenía una arruga, una especie de pico sobresaliente como si hubiera sido golpeado por debajo con un martillo. En cambio, el apósito del lado del conductor estaba plano y recto.

El portero le azuzó:

–No conviene estar mucho tiempo aquí abajo.

–Ya, por el gas radón. ¿De modo que este es el coche del señor Perrote?

–Éste, el renacuajo y la moto –afirmó Gregorio,

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