Archivo por meses: septiembre 2022

Patriotas del patrimonio

EL LUNES TE CUENTO

Era una vez un país al que algunos decían querer tanto que le llamaban “gran país”. La querencia de aquellos recibía el nombre de “patriotismo” y era exhibida con banderas, pegatinas, insignias y toda suerte de quincalla como si alguien, desde algún lugar remoto, hubiera lanzado una competición con premio para saber quien era más patriota. Se trataba de una exhibición bastante absurda, pues de antemano era sabido que los patriotas de verdad confundían patria y patrimonio y amaban tanto su patrimonio que rechazaban con ahínco los impuestos y ocultaban sus fabulosas ganancias y posesiones detrás de sociedades tramadas con testaferros y constituidas por abogados muy listos en “paraísos fiscales” y capital en Suiza. Por extraño que parezca, aquellos patriotas ricos, muy ricos, preferían la evasión a la contribución a la mejora de la vida de su “gran país”. Algunos llevaban la trampa fiscal en su ADN, les venía de familia. Otros, enriquecidos con la corrupción de las privatizaciones de empresas y patrimonio público y, sobre todo, con los planeamientos urbanísticos, la promoción y construcción de viviendas que hipotecaban la vida y los salarios de los jóvenes trabajadores, consideraban que ya pagaban bastante imposición sufragando caprichos y ambiciones de ediles, regidores, técnicos meramente administrativos y políticos de su cuerda. Las prácticas corruptas iban pasando de padres a hijos, sobrinos, cuñados, primos y demás familia. En algunas regiones y nacionalidades (autonomías) gobernadas por aquella suerte de patriotas se contaban en cientos y hasta en miles de millones de euros los dividendos anuales de la corrupción (“sistémica” le llamaban). Así las cosas, solo los asalariados, ocuparan el puesto que ocupasen, fueran ejecutivos, oficiales de primera, trabajadores intelectuales o manuales, autónomos o contratados, pagaban impuestos. Mejor dicho, el Estado se los detraía de sus salarios con una regla proporcional: a más salario, mayor detracción. El impuesto sobre la renta de las personas y el que gravaba los bienes de uso y consumo, incluidas las viviendas, que eran muy caras, constituían los principales ingresos del Estado para sufragar la educación, la sanidad pública, los servicios sociales, la asistencia a los ancianos y otras prestaciones de primera necesidad, administradas, todas ellas, por los gobiernos autonómicos.

Se produjo entonces una crisis económica provocada por los especuladores financieros. Y los patriotas al frente del Gobierno del “gran país” cargaron más impuestos sobre los únicos que pagaban, trabajadores y consumidores, congelaron y bajaron las pagas de los jubilados, de los empleados públicos (administrativos, docentes, sanitarios, policías…), ajustaron algunos impuestos sobre los beneficios de las empresas que, a falta de demanda y consumo nacional e internacional, redujeron la producción o cerraron dejando a miles de trabajadores en paro. Los patriotas en el gobierno transfirieron miles de millones de euros de las rentas del trabajo al capital para salvar a la banca, ya que los propios banqueros, usureros tramposos que agarraron la pasta y huyeron, habían sido incapaces de restablecer el equilibrio apelando al Banco emisor y engañando a los pequeños ahorradores con tretas para dejarles in albis (“preferentes”, le llamaban). La descapitalización humana de los servicios públicos esenciales del “gran país” fue vertiginosa: colegios sin profesores suficientes, con más alumnos por aula, sin calefacción ni aire acondicionado; centros de salud sin el número de facultativos necesarios para atender a la población, sin equipamiento, sin servicio de urgencia; universidades con cátedras en precario, menos profesores cada año; hospitales con menos especialistas y cirujanos y más largas listas de espera de pacientes necesitados de intervenciones quirúrgicas. La regla de reducir los gastos manteniendo congelados los salarios y amortizando los puestos de trabajo se aplicaba a rajatabla, de manera que sólo se cubría una de cada diez vacantes. Incluso se expulsó de mala manera de los hospitales universitarios a los catedráticos eméritos que brindaban su saber y experiencia gratis et amore a los médicos de distintos departamentos y resultaban muy valiosos en casos de duda. Una gobernante autonómica muy, pero que muy patriota, les quitó hasta la magra ayuda para el transporte y para un café de máquina que les daban por su generosa ayuda desinteresada. “Ustedes quédense en casa”, les dijeron. No querían testigos eminentes de la progresiva degradación sanitaria. Lógico. La supresión de recursos (“recortes” les llamaban) de los servicios esenciales afectaba con toda la crudeza a las residencias de ancianos (“asilos” les decían en otro tiempo) de titularidad pública: pocos empleados mal pagados para atender a muchos ancianos desvalidos, menús de mínimos, mucho frío en invierno y demasiado calor en verano. Algunos protestaban por las malas condiciones y el sufrimiento suplementario que les infligían en su último tramo de la vida. Pero turris burris lo que dijeran, pues carecían ya de valor de mercado. En alguna ocasión, algún medio de comunicación se hacía eco de aquellas críticas y obligaba a los patriotas en el poder autonómico a dar una respuesta. Y la respuesta era: “Si no están a gusto que vayan a una residencia de pago”. ¿Es que no habían pagado suficiente en décadas de trabajo, por lo cual eran pobres y con pensiones iguales o inferiores al salario mínimo? La pregunta era inoportuna y además inútil, pues aquellos patriotas “neoliberales” despreciaban la cordialidad de Adam Smith, al que ni siquiera habían leído. En plena descapitalización de los hospitales públicos, con vistas a convertirlos en centros de negocios privados, la mamá de un menda muy alto e importante en el escalafón del gobierno autonómico pisó el aire en vez del suelo, se cayó, sufrió una lesión en la cara, magulladuras y lo más grave: se fracturó una vértebra. La trasladaron rápidamente al hospital, la atendieron en el servicio de urgencias, le administraron calmantes, le hicieron los preceptivos análisis: sangre, radiografías, resonancias. La mujer sentía unos dolores terribles en la espalda. Ni los calmantes más potentes lograban mitigarlo. Llegó el diagnóstico: “Desprendimiento de cadera”. Eso era lo que le pasaba. Pero la mujer, ya entrada en años, decía que no le dolía la pierna sino la espalda. ¿Qué sabría ella? La operaron de una cadera. En aquel “gran país” valía todo. Todo, menos cobrar los impuestos proporcionales a los ricos y muy ricos, a los grandes patrimonios.

Las víboras de Toledo

EL LUNES TE CUENTO

Erase una vez un arzobispo que declaró exentas de veneno a todas las víboras nacidas y criadas en un círculo de doce leguas en torno a Toledo. ¿Por qué de doce y no a veintiún leguas, por ejemplo? ¿Por qué las víboras y no otros reptiles y bichos venenosos? Puesto que el primado de España era el más alto representante de Dios en aquella tierra, se le suponía inspirado por el Espíritu Santo, de modo que a nadie se le ocurría pedirle explicaciones sobre aquel don del cielo. Y, por otra parte, a los habitantes de la ciudad y su entorno les parecía estupendo que las víboras no tuvieran veneno. Téngase en cuenta que los españoles siempre fueron más proclives a la creencia que a la ciencia.

Pero la declaración de monseñor y su alto grado de predicamento dejó muy preocupado al doctor Chavas, el médico del rey Carlos II, quien la consideró una solemne majadería. Aunque no deseaba enfrentarse al purpurado, el juramento hipocrático le obligaba a combatir la enfermedad, así que escribió un opúsculo, “Tratado de la víbora”, dirigido a hacer saber a la población que la picadura de la víbora era tan mortal en la capital toledana y sus aledaños como en el resto de la Península Ibérica.

Ni que decir tiene que el arzobispo se soliviantó y lanzó a los agentes del Santo Oficio contra aquél impío que se atrevía a negar un don del cielo. El rey no quería líos y dejó hacer, y los colegas de Chavas, envidiosos de su puesto y de la elevada consideración de la que disfrutaba en la Corte, se abstuvieron de defenderlo. El eminente Chavas, que ya contaba setenta y dos años, acabó en los calabozos de la Inquisición, acusado de haber escrito un “Tratado” contrario a la fe católica. El pliego de cargos le imputaba el delito de “haber hablado de las víboras en términos malsonantes y heréticos”.

Tres siglos y medio después, otro médico, el doctor chino Li Wenliang, advirtió de la aparición de un virus (veneno) muy contagioso y mortal, y fue reconvenido y encarcelado “por alterar la paz y el orden social”. El brote de coronavirus se propagó a una gran velocidad, Wenliang murió víctima del maldito virus y, salvando las diferencias entre la terrible pandemia que ha matado a cientos de miles de personas y la mordedura de las víboras, la credibilidad de las autoridades chinas quedó a la altura del betún, es decir, como la de aquel arzobispo.

A las víctimas de las creencias

Btum y lo esencial

EL LUNES TE CUENTO

Rodeado de familiares y amigos, Btum dijo: “Allí hay de todo”. Habían transcurrido diez años desde que consiguió abandonar el país y ahora, al regresar, todos querían saber dónde había estado y cómo le había ido. El les contó: “Allí hay comida, leche para los niños y alimentos suficientes para hacerlos felices, no como aquí, que solo hay de eso para unos pocos”. Recordó la vez que su padre le dio un caramelo que se mastica y nunca se acaba (un chicle) y prosiguió: “Allí hay caramelos de verdad, dulces de azúcar y miel para los niños, no como aquí, que solo hay para unos pocos”. Y siguió diciendo que “allí tienen comida abundante y variada para todos; nadie pasa hambre como aquí, donde falta de todo, menos para unos pocos; allí hay pan, frutas, hortalizas, legumbres, carnes de ave y de res, embutidos, peces, moluscos, crustáceos… Ninguna vitamina, mineral o proteína “esencial” al desarrollo y el bienestar corporal falta en la dieta de aquella gente (los nacionales les llaman). Para que veáis como es la cosa basta con que sepáis que allí no sólo cocinan y tratan los alimentos comer, sino también para dar placer al cuerpo. Algunos cocineros, ya sean mujeres u hombres, son considerados artistas y poseen un reconocimiento social altísimo precisamente por eso, por dar placer al cuerpo. Para que os hagáis idea de lo mucho que les gusta comer, realizan ese ejercicio entre tres y cinco veces al día, y varios platos cada vez, de lo que ya podéis deducir que comen sin tener hambre”.

Después de algunas aclaraciones sobre la interesante (y golosa) materia, Btum siguió contando que “allí el agua llega a todas las casas, no como aquí, que hay que ir a buscarla. Allí se puede beber tranquilamente, no como aquí, que da dolor de barriga. Hay agua para todos y para todo, no sólo para beber, sino también para asearse y lavar la ropa y fregar y limpiar las cosas. En lo atinente a la bebida también he de deciros que allí hay cantidad de jugos, zumos, fermentados, destilados… La abundancia y variedad es tal que la gente, los nacionales, beben sin tener sed. Se podría decir que han perdido el sentido de lo esencial, eso que llaman “la esencialidad”.

Btum se refirió después a otros asuntos de la vida allí, tales como la enseñanza de los niños y los jóvenes, la prevención de las enfermedades y los cuidados de la salud, los medios de transporte. En este punto dijo que “allí hay muchos, muchísimos coches, casi uno por cada dos nacionales con edad de manejarlos, aunque en vez de ser proporcionales y tener dos plazas, la mayor parte de esos vehículos son cada vez más grandes y disponen como mínimo de cuatro plazas, por lo que casi siempre van vacíos. En esto y en que corren sin tener prisa y se atropellan y chocan y se estroncian se nota esa falta de esencialidad a la que me refiero.”

Aunque Btum hablaba sin un esquema preestablecido e iba contestando a las preguntas que le hacían, llegó a los escalones más elevados de la Pirámide de Maslow y entonces dijo que “allí necesitan gente para obedecer, personas que quieran trabajar y realizar las tareas que los nacionales, cada vez más instruidos, pulcros, sabios, sibaritas y sabedores no quieren hacer”. En este punto se explayó un poco sobre lo mal que sentaba el esfuerzo a los nacionales y también, sobre la terquedad y resistencia de aquella gente a obedecer. “Con deciros que hay muchos, muchísimos, que se niegan a ahorrar luz aunque sea cada vez más cara, debido a sus guerras y a la subida del precio del gas natural y los demás combustibles fósiles, y que prefieren seguir asfixiando, ahogando el planeta, antes de renunciar a su falta de esencialidad”.

A los inmigrantes

Maneras de casarse

EL LUNES TE CUENTO

Él caminaba cansinamente por la orilla, sintiendo la caricia de la espuma de las olas a sus píes cuando ella alzó la vista de la novela de intriga policíaca. Sus miradas se cruzaron. Él disparó:

–Ni se imagina quién es el asesino.

Ella se sorprendió; no esperaba que el paseante le hablara. Amagó una sonrisa y contestó:

–Vale, pero no me lo diga.

Él inclinó la cabeza en señal de obediencia y reverencia y ella siguió enredada en la palabrería del ocurrente del relato, pero ya nada era lo mismo: el tipo no estaba mal y, después de todo, le resultá agradable que alguien la saludara. Alzó la vista y le vio desaparecer a lo lejos. Él retuvo en la retina la imagen de la mujer de mediana edad, tendida en la hamaca, con las tetas al sol, y le pareció dulce y jugosa y se reprochó no haber soltado más hilo a la cometa.

La escena se repitió al día siguiente. Ella todavía ignoraba quién era el asesino, pero tanto daba, pues él pronunció un formulismo: “Vaya, qué casualidad, de nuevo nos encontramos” y ella apretó las rodillas y se incorporó para saludarlo. Él se acercó y se autopresentó. Ella hizo lo propio. Luego, en un instante, ella sacó de su bolsa de playa un spray de bronceador, se roció los brazos y los hombros y se lo entregó.

–Sería tan amable de ponerme en la espalda.

Él se sintió encantado de distribuir por las costillas de la bella aquella sustancia aceitosa y perfumada y, con su permiso, la distribuyó por la piel hasta la parte baja de la cintura cubierta por la elástica tela del bikini. Ni que decir tiene que se esmeró en las caricias y se recreó en el cuello y la clavícula. En un instante sintió el deseo de atraerla hacia su pecho, pero se contuvo. “¿Le gusta?” Ella asintió. El abundó:

–¿Qué es lo que más le gusta?

Ella emitió un “jeje” e hizo una larga pausa como si repasara el catálogo de placeres de Epicuro. Finalmente dijo:

–Que me besen antes de dormir.

–¿Y al despertar?

–También.

Él entendió la propuesta y aceptó el rollo según el orden establecido, es decir, la invitó a cenar y a tomar cava antes de acompañarla a la cama.

Algún tiempo después, el hombre y la mujer maduros se casaron bajo Cuerda, que era el alcalde de Vitoria, el primero de España en implantar un registro de parejas de hecho. Del asesino nunca se supo.