La falta de honradez intelectual como carencia visible de algunos dirigentes políticos (y académicos) puede ser el síntoma más seguro de lo que podemos esperar de ellos. ¿Cuándo empleo Lope Félix de Vega Carpio (Lope de Vega) las expresiones tabernarias que le atribuyó el máximo dirigente de Podemos, Pablo Manuel Iglesias Turrión, para referirse al Parlamento? ¿Fue en La Dorotea, La Circe, La dragontea, en Isidro, en El acero de Madrid, en Fuenteovejuna, La dama boba, El villano en su rincón? ¿En las comedias de costumbres, El beatus ille…? ¿En las de enredo, El perro del hortelano…, en los dramas del Romancero?
Uno lanza contra el adversario político una ristra de expresiones populares más o menos ofensivas y efectistas, buscando el titular del periódico y el corte tonitonante de televisión, y se escuda detrás del Fénix de los Ingenios o de otro autor de relieve, convencido de que nadie le va a buscar las vueltas sobre su falta de honradez intelectual. Es lo que hizo Iglesias (Páginas 6 y 7) en el último pleno del Congreso y lo que ocurre cuando el desprecio de las humanidades y la erudición nos convierte en súbditos de la ignorancia y víctimas de la picaresca política de toda la vida en este llamado Reino de España.
Con similar frecuencia asistimos a otras formas de improbidad intelectual como la omisión de los autores de las ideas, fórmulas, frases y párrafos para adornar monólogos que de otro modo resultarían romos. Es lo que hizo fechas atrás el jefe del gobierno, Mariano Rajoy Brey, en su exposición ante el Congreso sobre la penúltima cumbre europea, incorporando en su discurso argumentos del europeista y diputado republicano José Ortega y Gasset sin citarlo. La falta de honradez intelectual de Rajoy quedó al descubierto cuando Iglesias, que demostró haber leído algún texto de Ortega sobre la «europeización de España», lo citó expresamente, obligando a Rajoy a revelar su ocurrencia para no ser menos (Página 38, segundo párrafo).
Pareja carencia de honradez intelectual hemos de atribuir a los políticos cuando propalan al buen tuntún (a los tontos) críticas que alimentan la ignorancia popular. Lo hemos visto hace unos días con la invocación de aquella famosa ley de la «patada en la puerta». La portavoz parlamentaria de Podemos y novia de Iglesias, Irene Montero Gil, atribuyó la oposición de los socialistas a la Ley de Seguridad Ciudadana del PP, conocida como «ley mordaza», al afán de reponer aquella ley, como si el Tribunal Constitucional no hubiera anulado hace más de veinte años un precepto introducido por el entonces ministro del Interior y exsindicalista del metal José Luis Corcuera Cuesta para perseguir la distribución de las drogas que diezmaban a la juventud española en unos establecimientos protegidos por la ley como son los domicilios privados y en los que la policía no puede entrar sin orden judicial.
Aquel precepto borriquero estuvo en vigor muy pocos meses, los que el Constitucional tardó en anularlo. Y el ministro cumplió su palabra y dimitió, por lo que invocar ahora aquella norma de pegadizo título popular, omitiendo lo ocurrido, puede ser útil para colocar un título o salir en televisión, que es lo que importa, pero no es intelectualmente honrado, como bien sabe la licenciada en psicología y doctoranda Montero.
La crítica fundada en la falsedad y el ardid recibe el nombre de «demagogia», cuya acepción original es el arte de dirigir al pueblo. Y si reflexionamos sobre la responsabilidad que esa misión lleva aparejada para quienes han sido democráticamente elegidos para ejercerla, ya sea como legisladores o como ejecutivos, enseguida apreciamos la honradez como el principio inspirador del trato justo y el recto proceder. Sin honradez se puede beneficiar a un grupo, una secta, un sector, a una minoría determinada, un grupo político, ideológico, religioso, a los patronos, a los trabajadores, a una mafia… Quien, para empezar, prescinde de la honradez intelectual en una intervención verbal revela, aparte el deprecio a los demás, un comportamiento que le conducirá a la corrupción y la injusticia y, por tanto, será considerado indeseable. He ahí otro indicador de la gangrena política.