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Los siete generales muertos del carnicero del Kremlin

Dvornikov, el nuevo jefe de las tropas invasoras rusas fue la bestia parda que exterminó a los sirios de Alepo (Foto del Krenlim)Dvornikov, el nuevo jefe de las tropas invasoras rusas fue la bestia parda que exterminó a los sirios de Alepo (Foto del Kremlin)

Madrid, 13-04-2022.– Luis Díez

La estrategia militar del jefe Kremlin ha fracasado en el norte de Ucrania. La larga columna de sesenta kilómetros de carros de combate, piezas de artillería, camiones con munición, herramientas y avituallamiento (incluida la comida caducada paras las tropas) que vimos desfilar hacia Kiev en la última semana de febrero se fue a donde querían los ucranianos: “A la mierda”. En menos de un mes, la resistencia forzó su retirada. Las matanzas de civiles en los pueblos y ciudades cercanos a la capital y los testimonios de los supervivientes, condenados a desvivir como ratas, sobrecogen el alma. Pero, con todo, el paseo militar programado por el carnicero del Kremlin para cercar y ocupar la capital, obligando al presidente Volodímir Zelenski a huir y capitular, se ha saldado con un descalabro en toda regla.

Cuentan que el tipo de mirada fría y facciones de reptil al acecho de la débil presa se halla muy soliviantado. Es probable que a esta hora su ministro de Defensa, desaparecido hace un mes, haya sido enviado a un gulag siberiano. Dicen que el enfado del saurio al ver a las autoridades de la UE Ursula von der Leyen y Josep Borrell con Zelenski en Kiev –también al despelurciado británico, Boris Johnson– es descomunal, si bien, para aplacarlo, su aparato de propaganda sostiene ahora que la marcha contra Kiev era una maniobra de distracción orientada a fijar al Ejército ucraniano en el norte con el fin de doblegar la resistencia en el sudeste del país, la zona del Donbass, donde las escaramuzas bélicas se mantienen desde 2014 y las posiciones ucranianas llevan ocho años bajo el fuego regular de la artillería rusa, servida por civiles reclutados en las regiones independentistas de Donetsk y Lugansk. Se dirá que también ahí trataban de fijar a los combatientes ucranianos para facilitar el asalto a Mariupol y a las también martirizadas Kharkiv, Kyiv…

Pero el canalla del Kremlin tiene otro motivo de enfado: la muerte de cinco generales rusos, un comandante de la flota del Mar Negro y el jefe de los despiadados guardias chechenos que se sumaron a la invasión. Los siete altos mandos enviados a pudir la tierra eran seres temibles, otrora victoriosos en Crimea, Chechenia, Siria… Encarnaban la maldad. Y dado que en la guerra el malo es bueno y el más malo es el mejor, el desalmado del Kremlin ha aplicado la norma y remediado su enfado optando por el peor. Al nombrar jefe de la invasión al general Alexánder Dvórnikov ha querido dejar clara su voluntad de seguir exterminando a la población civil. Este tipo de 60 años de edad dirigió las matanzas de Alepo, la ciudad mártir de Siria. Según Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional en Washington, “el nuevo comandante jefe saltó a la fama en 2015-16 con los bombardeos de la población civil de Alepo y tiene un currículum que incluye la brutalidad contra los civiles, de modo que podemos esperar más de lo mismo en Ucrania”. El cometido de ese oficial, una bestia parda que ya era jefe de la región militar sur de Rusia, consiste en “reorganizar” y “coordinar” los efectivos, renovados y aumentados con 60.000 soldados para doblegar a los defensores en el Donbass y machacar Jarkov antes del desfile del 9 de mayo que conmemora la victoria sobre los nazis en la Segunda Guerra Mundial.

El inhumano Dvórnikov se cuidará mucho de no repetir el error de su colega Vitaly Gerasimov, primer comandante adjunto del distrito militar central de Rusia, quien fue eliminado cerca de Jarkov. Considerado un bárbaro por las atrocidades cometidas en Chechenia, Gerasimov participó también en las matanzas en Siria y en la primera guerra contra Ucrania en 2014. El belicoso del Kremlin lo condecoró con la medalla “Por el regreso de Crimea” y después lo dedicó a armar a los grupos independentistas del Donbass. En la primera semana de la invasión se convirtió en cadáver. Dicen que un francotirador ucraniano lo alcanzó a kilómetro y medio. Fue el primero de los seis generales rusos caídos en los primeros 28 días de guerra, una cifra nunca vista en una contienda caracterizada por el lanzamiento de misiles a larga distancia contra las infraestructuras ucranianas y las zonas residenciales.

Dos días antes, los defensores ucranianos liquidaron al bárbaro y barbado general checheno Magomed Tushaev. Iba al frente de un regimiento motorizado de “élite”. El gobernador de Chechenia, un fanfarrón despiadado, incluyó en su arenga a las tropas expedicionarias la recomendación al presidente Zelenski de que llamara a Putin y le pidiera perdón. El mencionado regimiento estaba compuesto por guardias bien entrenados. Llegó con fama de feroz, pero fue frenado, parado, hostigado y desarticulado por los defensores ucranianos. Su jefe Magomed fue enviado a criar malvas. Y según los medios de comunicación ucranianos, algunas de sus unidades se entregaron al pillaje y el asesinato.

Tras esos energúmenos con galones (Tushaev y Gerasimov) cayó baleado y muerto el comandante del 29º Ejército del Distrito Militar del Este, general Andrey Kolesnikov, quien antes de su nombramiento, en 2021, había estado al frente de las fuerzas combinadas de la región de Moscú. Y unos días después, las fuerzas ucranianas mandaron al infierno al general de división Andrey Sukhovetsky, un animal sanguinario que en 2008 dirigió las operaciones militares en Caúcaso Norte y Osetia del Sur, y en 2014 comandó la ocupación de la península de Crimea, recibiendo la medalla correspondiente de manos del plutócrata del Kremlin.

Después de Kolesnikov y Suhovetsky, las fuerzas ucranianas del regimiento de Azov mataron al general Oleg Mityaev, de 46 años, que estaba al frente de la división 150 de fusileros motorizados. Según las informaciones transmitidas a través de Telegram por las autoridades ucranianas, ese general, el cuarto ruso eliminado en 22 días, había dirigido bombardeos en en Siria contra la oposición al régimen criminal de Bashar al Ássad, uno de los pocos aliados del belicoso del Kremlin. Después de sus hazañas bélicas en el torturado país de Oriente Medio fue nombrado comandante de una base rusa en Tayikistán, donde ahora han estallado revueltas populares por la carestía de los alimentos básicos.

Dos años antes de la invasión en curso, ese general Mityaev había pasado a dirigir las tropas desplegadas en la región de Rostov, en la frontera de Ucrania. Tuvo tiempo de preparar bien la invasión, pero su división sufrió un severo castigo cerca de Mariupol, la ciudad contra la que arremetió sin piedad con cobardes bombardeos a distancia contra la población civil y que sus sucesores se han ocupado de arrasar. De hecho, antes de que el presidente Zelenski citara los bombardeos de Gernika en su intervención ante el Parlamento español, el último diplomático de la UE en abandonar la martirizada Mariupol, el cónsul de Grecia, Manolis Androulakis, dijo: “Mariupol se unirá a las ciudades que han sido completamente destruidas por la guerra, ya sea Gernika, Coventry, Alepo, Grozny o Leningrado”. El relato de Androulakis al llegar a Atenas resulta estremecedor. Y servirá, sin duda, como testimonio valioso de los crímenes de guerra perpetrados por los oficiales del Ejército ruso a las órdenes del plutócrata que tanto daño está causando a los ucranianos y a su propio pueblo. “Ya no queda vida en Mariupol. Lo que están haciendo con esta ciudad es una tragedia para los pueblos ruso y ucraniano”, añadió el cónsul Androulakis.

La pérdida de altos mandos militares rusos se completa, de momento, con la muerte del teniente general Yakov Vladimírovich Rezántsev y del comandante de brigada de la Flota rusa del mar Negro Alexéi Sharov. El primero murió en los combates por el control del aeropuerto de Chronobayivka, en la región de Jerson, en los que una semana antes había sido liquidado su colega Mordvichev. Y el segundo, Sharov, cayó en los combates en torno a Mariupol, según reconocieron las autoridades de Sebastopol, base de la flota rusa en el mar Negro. Los servicios informativos de Moscú se han abstenido de informar de la muerte de algunos de los siete jefes mencionados y, desde luego, de los oficiales de menor rango y los soldados sacrificados en esta guerra de la alimaña del Krenlim. Analistas de la OTAN estiman que mantiene el 80% de la fuerza lanzada a la invasión.

La invasión de Ucrania mata de hambre en África

Madrid.–4.04.2022.– Luis Díez

La escalada del precio de los combustibles fósiles, como primera consecuencia global de la invasión rusa de Ucrania a sangre y fuego, irá seguida de una carestía insoportable para muchos países pobres del precio de los cereales y también de los fertilizantes, de los que Rusia es el principal exportador mundial y Ucrania el quinto. Entre los dos países suministran un tercio del mercado mundial de trigo. Pero desde finales de febrero no sale trigo (tampoco soja ni girasol) de los puertos ucranianos. El carnicero del Kremlin ha convertido a la portuaria de Mariúpol, en el mar de Azov, en una ciudad fantasma. Y sigue lanzando sus misiles Iskander de largo alcance (de 500 a 2000 kilómetros) desde Crimea contra Odessa, la principal ciudad portuaria de Ucrania. El flujo marítimo de mercancías que salen del Mar Negro es casi nulo.

“A Ucrania le quedaban 6 millones de toneladas de trigo para exportar entre finales de febrero y finales de junio, por lo que sus clientes habrá de conseguirlas y reponerlas de otros productores”, explica el analista francés Arthur Portier. “Y Rusia esperaba exportar 8 millones de toneladas de trigo, comprometidas en ese periodo”. Los expertos europeos cifran en al menos 10 millones de toneladas las necesidades de sustitución de los dos graneros tradicionales. El alto representante de la política exterior de la UE, Josep Borrell, lanzó al comienzo de la guerra el mensaje de sembrar trigo hasta en los tiestos, sin dejar ni un palmo de tierra en barbecho. El presidente francés, Enmanuel Macron, dio la voz de alarma sobre la crisis alimentaria que se cierne sobre el mundo. El ministro español de Agricultura, Luis Planas, consideró “alarmante” la situación y su colega francés, Julien Denormadie, afirmó que la crisis alimentaria está servida en un plazo de 12 a 18 meses.

La repentina reducción de las exportaciones, combinada con con el aumento vertiginoso del precio del trigo, pone en peligro singularmente a los países de África, castigados, además, por la pertinaz sequía. La política agraria común de UE puede atemperar el desabastecimiento, aunque no resuelve el problema de la carestía. La escasez de cereales está afectando ya a Egipto, Libia, Túnez, Marruecos y Argelia, que se surtían de los graneros ruso y ucraniano. Pero no sólo el norte de África se verá sumido en la crisis alimentaria, pues también los países subsaharianos, Oriente Medio, el Sudeste Asiático y los vecinos de Rusia y Ucrania dependen del suministro cancelado por culpa del matón del Kremlin. Según las informaciones más solventes, proporcionadas por Le Figaro, Egipto importa trigo de esos graneros por valor de 4.672 millones de dólares, seguido de Indonesia (2.300 millones), Turquía (2.147), Italia (1.693), Filipinas (1.628), Nigeria (1.479), Argelia (1.472) y Brasil (1.408 millones de dólares). El precio consignado por el diario francés es anterior al telúrico encarecimiento que ha llevado al trigo a puntas de 450 euros la tonelada.

La situación más apurada se vive en Egipto, que suele importar un millón de toneladas de trigo de Ucrania durante el periodo de febrero a junio. También Argelia está en una situación delicada; había comprado 1,5 millones de toneladas para la entrega entre marzo y abril y no está recibiendo ni podrá recibir la mercancía. Argel puede compensar con gas y petróleo la escalada del precio del trigo –lo que ineludiblemente afecta a España como principal cliente gasístico–, pero El Cairo carece del asqueroso oro negro (ha bajado de 120 a 105 dólares barril) y se verá abocado a reducir el consumo de cereales. Si la disponibilidad de los países exportadores de la UE, Argentina, Australia e India puede ser suficiente para cubrir las necesidades del Norte de África, el Sudeste Asiático y Oriente Medio, la escasez mundial y los precios estratosféricos, prohibitivos para decenas de millones de personas en los países de África subsahariana, auguran revueltas del pan y disturbios por hambre. La situación podría ser explosiva en Senegal, Nigeria o Camerún, por citar a los más densamente poblados y en vías de desarrollo.

Vale recordar que los motines del hambre de 2008 fueron la respuesta popular del mundo árabe y también de Filipinas, Indonesia, Haití… al aumento de los precios de los cereales y que en Túnez, Egipto, Yemen o Siria cristalizaron sucesivamente en “primaveras árabes”, ahogadas en sangre por los respectivos tiranos. La cuestión de fondo es si el mundo puede prescindir de los graneros ruso y ucraniano. Y la respuesta de los expertos es que no. Una vez más nos hallamos ante las malditas consecuencias indirectas de la guerra. Unas consecuencias que, como siempre, pagan los más pobres y desasistidos de este mundo. Los españoles también. La otra cuestión es cuánto durará el conflicto. Algunos analistas afirman que el plutócrata del Kremlin quiere presidir el desfile militar del 9 de mayo, aniversario de la victoria de la Gran Guerra Patria contra los nazis, con un triunfo en la mano para ordenar el cese de las hostilidades (probablemente, la independencia de las regiones ucranianas de Dugansk y Donensk), pero nadie lo sabe. Lo único cierto es que al desfile no acudirán cinco generales y un almirante que dirigían la invasión porque la resistencia ucraniana los ha liquidado. Cuatro de ellos eran unos “desnazificadores” muy expertos, pues no en vano dirigieron las matanzas de Chechenia y Siria y la ocupación de Crimea.