Archivo por meses: marzo 2022

Dirigentes occidentales en las ubres del ‘putinato’

Vladimir Putin en una reunión en 2012 con el petrolero estadounidense Rex Tillerson, quien después sería nombrado por Donald Trump secretario de Estado de Estados Unidos y su lacayo de confianza al frente de Rosneft, Igor Sechin (Foto del Kremlin)

Madrid, 28.03.2022.– Luis Díez

La carne se corrompe, los humanos somos carne, luego los humanos… Este razonamiento aristotélico, tomista o de Pero Grullo si ustedes quieren ha permitido al carnicero del Kremlin comprar la masa encefálica de bastantes dirigentes políticos occidentales. Con decir que los exmandatarios de los dos países más importantes de la Unión Europea comían (y se forraban) de su mano sería suficiente para verificar su influencia. El primer ministro de Francia, Fraçois Fillon entre 2007 y 2012, bajo la presidencia del conservador Nicolas Sarkozy, se dejó comprar hace menos de un año e ingresó en el putinato como consejero de la petroquímica Sibur y la petrolera estatal Zarubezhneft. Desde luego Fillon, un tipo propenso a la corrupción que tuvo que renunciar en 2017 a su candidatura a la presidencia francesa, comprendió que su situación era insostenible y dimitió de sus cargos en las corporaciones rusas al día siguiente de que el desalmado Vladimir Putin ordenara la invasión bélica de Ucrania.

No ha hecho lo propio el expresidente de Alemania, Gerhard Schröder, quien sigue presidiendo el consejo de administración del gaseoducto Nord Stream2 para llevar más combustible ruso a Alemania por el fondo del mar Báltico y recibió 600.000 euros como presidente del consejo de vigilancia de la petrolera rusa Rosneft. El excanciller ha evitado condenar la guerra contra Ucrania y se ha negado a abandonar sus cargos. El egoísmo de ese preboste, cuya fortuna se cifra en 20 millones de euros, según la prensa alemana, y su amistad con el desalmado Putin pesan más que la vergüenza y la petición pública de su correligionario socialdemócrata y actual presidente Olaf Scholz de que abandone esos puestos. A un tipo llamado en junio próximo a ingresar en el núcleo de la oligarquía rusa como uno de los jefazos de Gazprom le traen sin cuidado las correcciones del canciller Scholz en el sentido de que el gaseoducto “no es un asunto privado” y que su condición de excanciller implica unas “responsabilidades”. Y un sentido de la decencia, se podría añadir, sobre todo cuando, según Der Spiegel, recibió 407.000 euros de subvención oficial el año pasado como excanciller y para gastos del personal de su oficina. Por cierto que cuatro empleados se han sentido avergonzados y han renunciado a trabajar para ese Schröder.

El plutócrata del Kremlin vio hace años cuán fácil y rentable era comprar políticos en la Unión Europea y en Estados Unidos y no ha dudado en utilizar el enorme poder que le confieren los grandes recursos naturales de su inmenso país (gas, petroleo, minería metálica y fertilizantes) para sembrar discordia, división y crisis en las democracias consolidadas. El ascenso de las ideologías excluyentes, reaccionarias, racistas, machistas, supremacistas y nazionalistas furibundas que tanto recuerdan al nazi-fascismo del que Europa se creía vacunada tras la Segunda Guerra Mundial, se halla estrechamente ligado al ideario político del genocida ruso. Y ese ideario ha sido cultivado y regado con dólares y euros por sus lacayos, convertidos en oligarcas al frente de su potencial energético. Quizá el más importante de ellos sea Igor Sechin, director ejecutivo de la mencionada petrolera estatal Rosneft, una de las mayores extractoras mundiales de crudo. En el informe sancionador de la UE figura ese Sechin como “amigo personal” y “asesor cercano y de mayor confianza” del belicoso presidente ruso, “con el que se mantiene en contacto a diario”. De Sechin se sabe que tiene 61 años de edad, estudió francés y portugués en la Universidad de San Petersburgo, sirvió como traductor del ejército en Angola y Mozambique, es visto como un siloviki (exmiembro de los antiguos servicios secretos que se cree ejercen un gran poder en el país) y no se ha separado de Putin desde 1990, cuando éste era alcalde de San Petersburgo.

En 2012, el autócrata lo nombró jefe de Rosneft con el encargo de desplegar todo el potencial geopolítico que se derivaba de las grandes reservas de petróleo. Y el leal lacayo Sechin, que había sido viceprimer ministro desde 2008, se convirtió en el hombre clave de la putinificación de algunos políticos relevantes. Como director ejecutivo de Rosneft llegó a acuerdos con Eni en Italia, Statoil en Noruega (ahora Equinor), CNPC en China, BP en Reino Unido –que adquirió una participación del 20% de la petrolera del Kremlin– y, sobre todo, con ExxonMobil de Estados Unidos. Según Jamie Henn, fundador del movimiento británico Fossil Free Media, Rusia nunca se habría convertido en una superpotencia gasística y petrolera sin la ayuda ExxonMobil y BP. En 2013, cuando la producción de petróleo y gas de Rosneft era prácticamente plana, ExxonMobil les ayudó a modernizar las instalaciones y a expandir la producción en el Ártico. La asociación funcionó tan bien que Putin otorgó al presidente ejecutivo de Exxon, Rex Tillerson, la Orden de la Amistad, uno de los más altos honores que Rusia otorga a los extranjeros. Dos años después, el presidente Donald Trump nombraba al putinificado Tillerson Secretario de Estado de Estados Unidos. Ni que decir tiene que la afinidad ideológica entre Trump y Putin es superlativa y que los demócratas estadounidenses y algunos republicanos pusieron el grito en la atmósfera contra el nombramiento de Tillerson, por lo demás un petrolero texano para quien todavía no está claro “hasta qué punto el ser humano está relacionado con el cambio climático”. Y tampoco está claro qué se puede hacer al respecto, según declaró, en línea con el gran jefe negacionista y promotor del asalto al Capitolio tras perder las últimas presidenciales.

Cuando el primer ministro británico Boris Johnson afirmaba en la Cámara de los Comunes días atrás: “No recibimos dinero de los oligarcas rusos”, decía una verdad formal. Algunos diputados se rieron. Lógico. En este asunto como en las fiestas de la pandemia al modo Decamerón de Boccaccio con el disfraz de “reuniones de trabajo”, la verdad formal y legal se desvanece ante la realidad. La ley prohíbe a los partidos políticos británicos aceptar dinero de alguien que tenga exclusivamente la nacionalidad rusa. Pero personas con doble nacionalidad, británica y rusa, y con lazos comerciales muy significativos con Rusia, han aportado sumas considerables a los tories en los últimos años. El cálculo del Partido Laborista, basado en información de la Comisión Electoral, cifra en 1,93 millones de libras (2,3 millones de euros) las aportaciones de rusos y de personas que recibían dinero de Rusia al Partido Conservador desde que Johnson es primer ministro. Ian Blackford, líder del Partido Nacional Escocés, eleva esa cifra en medio millón de euros más.

Quizá el engrase desde el putinato de los conservadores eurófobos explique la razón por la que el primer ministro británico se ha visto obligado a “corregir el registro parlamentario” después de decirles erróneamente, a mediados de marzo, a los parlamentarios que el multimillonario ruso Roman Abramovich ya estaba sujeto a sanciones. En una declaración escrita y una rara admisión de “un error”, Jonhson quiso subsanar su falsedad diciendo que el hasta ahora dueño del Chelsea FC no había sido objeto de “medidas específicas”. Como le dijo el parlamentario laborista y jefe del comité de normas parlamentarias Chrits Bryant: “Me temo que el Gobierno tiene miedo de las cartas de los abogados de todos esos amigos oligarcas”. Bryant apuntaba directamente a la cúspide de una trama de corrupción para mantener unos intereses políticos, económicos e ideológicos peligrosos, cuando no contrarios al sistema democrático de reconocimiento, preservación y defensa de los derechos humanos (de todos los humanos y todos los derechos).

En un artículo en el Guardian, Gina Miller, defensora de la transparencia y dirigente de True and Fair (Verdad y Justicia), denunciaba: “El dinero ruso dudoso ha desestabilizado la democracia británica” y reclamaba “medidas enérgicas contra esto” después de afirmar que los británicos no deben ignorar “el impacto del dinero ruso en la campaña del Brexit”. Miller recordaba un artículo suyo, publicado en 2017 en el mismo periódico, diciendo: “Piense en el Brexit como si fuera una matrioska, una muñeca rusa de anidación; la votación para abandonar la UE equivale a quitar la muñeca exterior, pero revela otra muñeca que representa algo mucho más preocupante”. Si las conexiones corruptas de los tories con la plutocracia de Moscú eran harto evidentes antes de la invasión de Ucrania, la falta de honradez intelectual de ese jefe de gobierno que no se peina ha rebasado los límites imaginables al sugerir insidiosamente un paralelismo entre lo que Rusia está haciendo con Ucrania y la UE con Reino Unido. Tamaño despropósito explica la frialdad de los mandatarios de la UE hacia su persona en la última cumbre de la OTAN y el hecho de que no fuera invitado a participar en la reunión de la UE, como ocurrió con Biden. Las construcciones verbales de míster Jonhson pueden distraer la atención pero no ocultar lo que la gente sabe: la querencia de los oligarcas rusos amigos del matón del Kremlin hacia lo que llaman “Londongrado”, la presencia de muchos de ellos en los bailes anuales de verano del Partido Conservador, las fotos en dichas fiestas con el promotor del Brexit, David Cameron, y con el propio Jonhson y, lo que es más censurable por no decir criminal, el fomento de la xenofobia en la sociedad británica.

Le llaman ‘rusofobia’ pero quieren decir ‘putifobia’

Madrid, 20-03-2022.– Luis Díez

La prensa doméstica de Moscú detecta estos días una rusofobia creciente en los países occidentales. Lo que no puede detectar, porque no la dejan, es la putifobia entendida como el rechazo y la condena de la mayor parte de los países del globo de los crímenes de guerra que el plutócrata del Kremlin está perpetrando en Ucrania. La indignación y el dolor de los europeos ante las matanzas de civiles ucranianos, el sufrimiento en las ciudades cercadas y el éxodo de más de tres millones de refugiados nada tienen que ver con el odio al pueblo ruso; el odioso es Putin y la corte de prebostes enriquecidos con el latrocinio, no el sufrido pueblo ruso que los soporta.

El ejemplo más gráfico de este fenómeno se produjo en una manifestación en París contra la guerra. Varios manifestantes, desconocedores de la lengua francesa, se soliviantaron al ver la palabra “Poutin” en un restaurante. El poutin francés suena igual que el apellido del autócrata, pero es un plato de patatas fritas con salsa y requesón. Los responsables de la Casa del Poutin, con sucursal en Toulouse, se apresuraron a aclarar la confusión y divulgaron en las redes sociales su más “sincero apoyo” al pueblo ucraniano en su valiente lucha por la libertad contra el tiránico régimen ruso. Y el creador del famoso plato, el canadiense Roy Jucep, hizo saber que renunciaba a la denominación que le dio en los años cincuenta y pidió que le llamasen “papas fritas con requesón”.

Otro ejemplo del rechazo superlativo al carnicero con armas nucleares a su alcance lo ha proporcionado la senadora estadounidense de Carolina del Sur Lindsey Graham al preguntar públicamente: “¿Hay un Brutus en Rusia?” Por si alguien desconoce lo que Bruto hizo a César (ultimarle de una puñalada), completó el llamamiento a la disidencia con otro mensaje en Twitter: “La única forma de que esto termine es que alguien en Rusia elimine a este tipo”. Al quite, el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, descalificó los comentarios diciendo que son “un ataque rusofóbico histérico masivo”. Rusofóbico no, putifóbico más bien.

¿Acaso las manifestaciones del pueblo ruso contra la guerra que desde el 24 de febrero al 13 de marzo han supuesto la detención de 14.971 personas, según la organización independiente de derechos humanos OVD-Info, son también ataques rusofóbicos masivos? Los arrestos se concentran en la zona occidental de Rusia, pero la gente protesta en las calles de las ciudades del este más alejadas de Moscú como Novosibirsk en Siberia, de donde sale la mayor parte del gas y el petróleo que administra el genocida del Kremlin, y Vladivostok, en la costa oriental.

Es comprensible el desenfoque de los medios de comunicación rusos, sometidos a una censura implacable, reforzada por la ley fack news que les obliga a contar mentiras y falsear la verdad so pena de hasta tres lustros de cárcel, pues casi todos los desalmados autócratas que en el mundo han sido, son y serán se han esforzado en hacer saber que cualquier crítica a su persona y decisiones supone un ataque al Estado y la nación. Esa fusión y confusión (quien me ataca a mí, ataca a la patria) es tan vieja como el mundo. Y el sanguinario Putin apela a la represión, el castigo y el miedo para imponerla.

El discurso que pronunció el 16 de marzo mientras sus bombas destruían el teatro de Mariúpol con cientos de mujeres y niños dentro puede ser considerado la pieza más repugnante de su nazionalismo faccioso. El llamamiento a la “autodepuración de la sociedad” fue una amenaza en toda regla a los discrepantes, una siembra venenosa de miedo al amigo, al vecino. “El pueblo ruso ha de distinguir a los verdaderos patriotas de la escoria y los traidores, y les debe escupir como si fueran una mosca que accidentalmente voló a su boca”. Eso dijo antes de añadir: “Estoy convencido de que que tal autodepuración natural y necesaria de la sociedad solo fortalecerá a nuestro país, nuestra solidaridad, cohesión y disposición para responder a cualquier desafío”. Y señaló expresamente a las personas con mentalidad democrática, defensoras de la igualdad de derechos sin distinción de sexo, raza y religión al afirmar que “ciertos rusos no pueden vivir sin otras y libertades de género”.

Recomendaba el gran medievalista republicano español Claudio Sánchez Albornoz que se tuviera en cuenta el miedo cuando se escribiera la historia de la dictadura franquista en España. Y distinguía tres clases de miedo: el miedo del pueblo al dictador, el miedo del dictador al pueblo y el miedo del pueblo al pueblo. De los tres, el último es el peor, decía. Ese miedo precisamente es el que antiguo jefe del KGB acentúa para amordazar a los rusos ante la guerra y las masacres que desde el 24 de febrero viene provocando en Ucrania. Los rusos llevan desde 1999 sufriendo el belicismo despiadado y criminal de ese tipo (Chechenia, Georgia, Crimea, Siria), pero nunca como ahora había sentido el miedo a su propio pueblo. De ahí el fomento de la delación, la espiral represiva y, según algunos medios, la posible depuración de algunos colaboradores.

La siembra de veneno entre la población rusa está siendo complementada con los castigos más duros, a modo de escarmiento, a determinadas personas conocidas como la cocinera y empresaria del sector de la alimentación, Verónika Belotserkovskaya, una de las primeras en ser condenadas a 15 años de cárcel por saltarse la nueva ley de noticias falsas y contar en Instagram, donde tiene más de un millón de seguidores, lo que el carnicero del Kremlin está haciendo en Ucrania. “Los cargos contra mí significan que he sido declarada oficialmente persona decente”, dice ella desde Francia, consciente de que no podrá volver a su país mientras dure el putinato. “Soy exactamente el tipo de persona que Putin tenía en mente cuando lanzó el discurso de la depuración; quiere señalar a gente como yo como traidores, la quinta columna”.

Si los observadores rusos no dudan de que el plutócrata ha sentado las bases de una represión más feroz, Belotserkovskaya afirma que pretende castigar a “una franja muy amplia de la sociedad, no solo a periodistas y políticos”. Esta mujer de 51 años, nacida en Odesa, posee muchos amigos en la alta sociedad moscovita, entre los que se cuenta Ksenia, hija de Anatoli Sobchak, uno de los principales mentores de Putin en su día. Pero quizá la disidente más popular del putinato sea la primera bailarina del Ballet Bolshoi de Moscú, Olga Smirnova, nacida y criada en San Petersburgo, quien ha denunciado la invasión de Ucrania y abandonado Rusia. El Ballet Nacional Holandés le ha dado la bienvenida junto al solista brasileño Víctor Caixeta, quien dejó el Ballet Mariinsky de San Petersburgo en respuesta a la guerra.

Parece, en fin, poco probable que esas y otras personas notables que se largan de un país cuyo mandatario criminal promueve el caínismo, sean poco patriotas por más que los medios de comunicación del régimen putrifacto les acusen y se mofen de ellos. El mismo Pravda que insulta y se burla de las personas notables, librepensadoras que abandonan Rusia, calificaba de rusofobia las sanciones adoptadas por los distintos comités deportivos internacionales a raíz de la invasión de Ucrania. En su edición del 2 de marzo, el periódico moscovita acusaba a Europa y América de “atacar y hostigar” a los rusos e interpretaba las sanciones como rusofobia. La verdad es que el COI permite competir a los atletas rusos como independientes, sin himno ni bandera. Pero la verdad interesa poco. Si el putinato ordena rusofobia habrá que cumplir la orden y esperar la llegada de los miles de féretros de Ucrania para que en Rusia se extienda la putifobia.

Yates a la fuga

Madrid, 13-03-2022.– Luis Díez

Los multimillonarios rusos Román Abramovich y Vagit Alekperov sacaron aprisa sus yates de lujo del puerto deportivo de Barcelona ante el temor de que les fueran confiscados por las autoridades españolas. Otro oligarca del “putinato”, Andrey Molchanov, creyó, en cambio, que la invasión de Ucrania iba a ser un paseo militar y mantuvo su barco, el Aurora, en los astilleros de MB92, especializados en la reparación y mejora de estas lujosas embarcaciones durante el invierno. El yate de Molchanov, es el menor de los tres remozados por la mencionada empresa este invierno y está valorado en 120 millones de euros. La cuestión es ¿a qué espera el Ejecutivo de Pedro Sánchez para inmovilizarlo y, en su caso, incautarse de él y de otros bienes de los cómplices del genocida ruso?

La velocidad caracol del Gobierno español (y de la propia UE) a la hora de aplicar las sanciones económicas a los prebostes de Moscú ha permitido a los principales directivos empresariales, también llamados “monederos” y “amigantes” de Putin, poner a salvo sus juguetes náuticos más apreciados. El propio mandatario ruso dio orden a la tripulación de su yate Graceful, valorado en unos cien millones de euros, de abandonar el puerto de Hamburgo y navegar hacia puerto seguro antes de la invasión militar de Ucrania. El periódico Bild dijo: “Realmente fue una fuga por temor a la confiscación”.

Tras la reunión de amigantes (“amigos mangantes”, en la acepción del filósofo Emilio Lledo) convocada y presidida por el plutócrata del Kremlin pocos días antes de desencadenar la guerra, el yate Solaris, valorado en 600 millones de euros, propiedad del magnate petrolero y minero Roman Abramovich, zarpaba a toda máquina del puerto de Barcelona con rumbo desconocido. Y lo propio hacía el Galactica Super Nova, de Vagit Alekperov, presidente y director ejecutivo de la petrolera Lukoil, rumbo a Montenegro o a Bulgaria, donde ese tipo posee fuertes intereses inmobiliarios.

El mismo día de la invasión, 24 de febrero, el periódico Guardian afirmaba que los yates de Abramovich y Alekperov estaban en el puerto de la capital catalana. En realidad ya habían zarpado. El propietario del Solaris, Abramovich, del que se dice que posee otros dos grandes yates, se apresuró a salvar además otro de los valiosos juguetes de su fortuna personal (más de 14.000 millones de euros, según Forbes), el Chesea FC londinense. Mientras decía sentirse horrorizado por la guerra, dejaba la presidencia del club de fútbol en manos de una fundación para que vendiera el club por 4.000 millones de euros.

Y eso que el preboste, de nacionalidad portuguesa, israelí y rusa, con residencia en una mansión de Londres, parecía gozar de la protección del primer ministro Boris Johnson. Algunos medios le consideraban “no sancionable” porque podía actuar de mediador ante el genocida del Kremlin y evitar mayores males. Pero la masacre del 9 de marzo contra el hospital materno infantil de Mariúpol fue la medida de lo que el mundo podía esperar del sanguinario de mirada fría, rostro de roedor y síndrome de Keops. Y entonces, el despelurciado Johson, quien se ha caracterizado por su portazo a los refugiados ucranianos, decidió confiscar todos los bienes y cuentas bancarias de Abramovich y seis oligarcas del círculo de Putin.

En cuanto al Galactica Super Nova, el otro gran yate que huyó del puerto de Barcelona por temor a la requisa, vale decir que su propietario, Alekperov, presidente y director ejecutivo del gigante energético Lukoil (el tercero de Rusia), en el que tiene una participación del 20% –posee además el 36,8% del Spartak de Moscú–, es copropietario del Port Vell, el puerto deportivo de Barcelona, desde 2017. El histórico puerto pesquero fue renovado para los Juegos Olímpicos de 1992. El Ayuntamiento de CiU, la disuelta coalición de la derecha nacionalista catalana, lo cedió en 2010 al Grupo Salamanca, con sede en Londres, para su desarrollo como puerto deportivo de superyates. En 2017, la propiedad pasó al Banco QInvest (Qatar Inversiones) y a un fondo del que Alekperov es accionista. La concesión caduca en 2048 y los beneficiarios proyectan ampliar su capacidad con una inversión de 20 millones de euros para convertirlo en el puerto de megayates más grande del Mediterráneo.

Con la fuga de los dos barcos mencionados, el Gobierno español solo podrá inmovilizar e incautarse del Aurora de Mochanov, un tipo que domina el Grupo LSR, el mayor productor de materiales de construcción de Rusia, y figura en Forbes con un patrimonio personal neto de mil millones de euros. Es curioso que tanto el buque de ese Mochanov, cuyo nombre evoca la rebelión con la que comenzó la revolución bolchevique de 1917, como los de sus acaudalados colegas prescindan del pabellón de su patria y prefieran navegar con bandera de las Bahamas, las Caimán y otras islas del Caribe. Muestran la opulencia pero camuflan su origen, el saqueo al pueblo ruso, y disfrazan su identidad.

En contraste con la falta de decisión del Ejecutivo español de golpear a los potentados cómplices de Putin donde más les duele, el Gobierno del canciller alemán Olaf Scholz, no ha dudado en echar el guante al Dilbar, el barco de lujo de Alisher Usmanov, valorado en 600 millones de dólares y considerado, por tonelaje bruto, el yate a motor más grande del mundo. Usmanov, nacido en Uzbekistan y con nacionalidad rusa, británica y uzbeka, amarraba su yate en el Puerto de Barcelona y viajaba en su avión privado a la capital catalana con gran frecuencia. Principal accionista del Arsenal FC londinense, se barco ha sido incautado en las instalaciones del astillero Blohm+Voss, en Hamburgo, donde estaba siendo remozado. Se trata del mismo astillero que construyó el Eclipse, el segundo yate del oligarca Abramóvich.

Por su parte, las autoridades francesas han confiscado el yate de Igor Sechin, el jefe de la petrolera estatal rusa Rosneft, en el puerto de La Ciotat, a cuarenta kilómetros de Marsella. El ministro de finanzas francés, Bruno Le Maire, informó de la operación. Ese Sechin, “amigante” del plutócrata asesino, está considerado como la segunda persona más importante de Rusia. Cambió el nombre de su yate en 2017, cuando se divorció de su segunda esposa, Olga Rozhkova. De Santa Princesa Olga pasó a llamarse Amore Vero. Aunque el personaje negó en su momento que el superyate fuese suyo, un reportero de Novaya Gazeta de Moscú rastreó imágenes del Instagram de su esposa Rozhkova a bordo del buque en los puertos más caros del mundo.

Y las autoridades italianas se han incautado en el puerto de Trieste (noreste de Italia) del superyate de vela del magnate de los fertilizantes, Andrey Melnichenko. Este ricacho nacido en Bielorrusia bautizó el barco con las siglas SYA (Sea Yatch Aleksandra) en honor a su esposa, la modelo Aleksandra Kokotovic, quien fue operada de apendicitis en un hospital de A Coruña. El yate está valorado en más de 500 millones de euros y pasa por ser el mayor del mundo a vela.

El presidente del Gobierno italiano, Mario Draghi, propuso que la segunda oleada de sanciones de la Unión Europea permitiera confiscar los bienes de los millonarios rusos cuyo valor superase los diez millones de euros. Aunque es dudoso que en España sirviera ese patrimonio para atemperar la carestía provocada por el plutócrata para financiar la invasión de Ucrania, incluida la contratación de mercenarios de Siria, sería una buena medida para que los súbditos millonarios del canalla no se fueran de rositas. Les avisó el estadounidense Joe Biden: “Estamos uniendo fuerzas con nuestros aliados europeos para recuperar vuestros yates, alojamientos de lujo, aviones privados. Vamos a por vuestras riquezas mal habidas”. Eso dijo. Y en España nos preguntamos cuándo”.

Estos son los misiles que utiliza el desalmado Putin

Madrid.–04-03-2022.– Luis Díez

Aunque la guerra y la verdad sean incompatibles, dice la prensa no impresa de Kiev que “Moscú llora la muerte en Ucrania del general invasor Andrei Sukhovtesky. Y los ucranianos lo mandan al carajo en sus comentarios”. Lógico. El ya exgeneral de la 7ª División Aerotransportada del Ejército de Putin se encargó de trasladar a 10.000 mercenarios chechenos a combatir en Ucrania. En estos momentos, esos combatientes, con fama de ser especialmente brutales, están al borde de Kiev. Su jefe político, el carnicero Ramzan Kadyrov, se los ofreció a Moscú y los arengó antes de partir. En su mensaje incluyó una bravuconada contra el presidente democrático de Ucrania, Zelensky: “Le aconsejo que llame a Putin cuanto antes y le pida perdón”.

Los mismos medios de comunicación ucranianos que informan de la muerte del primer general de Putin, cazado por un francotirador, y celebran de que haya sido enviado al infierno, destacan el gasto en misiles Grad-4 de los atacantes. Estos cohetes de 122 milímetros de calibre y un alcance de 40 kilómetros están siendo profusamente empleados contra las principales ciudades ucranianas. Primero destruyen las infraestructuras básicas para dejar sin agua, luz, combustible, radio, televisión e hilos telefónicos a los ciudadanos, y después atacan torres de edificios residenciales. Los Grad-4 son lanzados desde plataformas móviles. Son armas de cobardes, para machacar y masacrar sin riesgos a la población mientras tratan de avanzar y poner cerco con sus carros de combate.

Es lo que están haciendo contra la capital, Kiev; Chernígov, al norte del país; contra Járkov, en el noreste, y contra Mariupol, en la región del mar de Azov. Y es lo que harán contra Odesa por tierra y mar. Las tropas movilizadas desde Crimea contra las regiones independentistas de Donekts y Luhansk, que el belicoso Putin se apresuró a reconocer como nuevas Republicas Populares, como parte de su plan de apoderarse de Ucrania, también van provistas de ese tipo de misiles guiados y cuentan con cohetes Buk-1 contra objetivos aéreos a partir de treinta metros de altura.

Otros artefactos que los militares rusos están empleando con profusión son los Tos-1A Solntsepek, cohetes no guiados de calibre 220, diseñados como “lanzallamas”, ya que al estallar crean una mezcla termobárica, una nube que absorbe todo el oxígeno, aumentando bruscamente la presión y luego haciéndola caer muy por debajo de la atmosférica, con unos efectos mortales un radio de hasta doscientos metros del objetivo. Estos misiles fueron utilizados contra los chechenos en 1999 y 2000, y resultaron “muy útiles” en entornos urbanos. Se montaron sobre carcasas de carros de combate T-72, de los que Rusia tenía gran excedente.

El alcance de los infernales Tos-1 es de 400 metros a cinco kilómetros y cada plataforma lleva treinta cohetes. Los ucranianos les llaman “Pinochos” y los rusos “Baturinos”, como el nombre del héroe de la versión rusa del famoso cuento, escrita por Alexey Tolstoy. El primo del gran León Tolstoy no dudaría hoy en dar continuidad a su trilogía La muerte de Iván el Terrible (1866), zar ambicioso y brutal del siglo XVI, dominado por la paranoia, con el plutócrata Putin, quien ha sido considerado descendiente directo de aquel zar por el escritor ruso de nuestro tiempo Vladimir Sorokin.

El Krenlim también ha utilizado misiles Iskander contra la población de Zhytomyr desde el territorio de Bielorrusia. Es el arma más peligrosa por su trayectoria de vuelo bajo y su alcance hasta 500 kilómetros. Se trata además de un artefacto que los servicios occidentales estiman que puede tener un alcance diez veces superior al declarado. Los expertos del Pentágono creen que Rusia ha falsificado los datos sobre los Iskander para ocultar la violación del Tratado sobre la Eliminación de las Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (Tratado INF), ya que este misil posee capacidad de carga nuclear.

Aparte las amenazas verbales del autócrata del Krenlim sobre su disposición a utilizar armas nucleares si la OTAN interfiere sus planes, la falta de sensatez de sus generales ha quedado bastante clara en el bombardeo, el octavo día de esta guerra, de la central nuclear de Zaporiya, en el centro del país (cauce medio del Dniéper). Como si los ucranianos no hubiesen sufrido bastante con el desastre nuclear de Chernóbil, los invasores han demostrado que les importa poco volar, si es necesario, el mayor complejo nuclear del continente europeo (seis reactores) y en una zona más densamente poblada que Chernobil. Por suerte, las explosiones no han dañado la central, aunque han quemado un edificio administrativo.

La guerra es eso: horror y errores de generales ineptos. Y muerte, destrucción, dolor, cientos de miles de refugiados, escasez, miseria, hambre. Lo dijo Steinbekc. Y añadió: “Y cuando todo haya pasado solo quedará más odio, más pobreza, más dolor y más rencor”. Pero para eso falta bastante en esta guerra, y si tenemos en cuenta la interpretación del presidente francés, Emmanuel Macron, de su última conversación con el desalmado (sin alma) Putin, los peores bombardeos están por llegar.

‘Desnazificar’ a Putin

Madrid, 1-03-2022.– Luis Díez

Después de ordenar la invasión militar de Ucrania, la madrugada del 24 de febrero, Vladimir Putin dijo a la nación que “la operación especial militar” tenía el objetivo de “desnazificar” el país. El presidente de Rusia evitó la palabra “guerra”. Su mensaje era también una consigna, pues los principales medios de comunicación rusos no pronuncian ni escriben la palabra que los avergüenza. De antemano sabemos que la guerra es destrucción y muerte y ruina. Y también mentiras. El Putin que ayer aseguraba que no iba a atacar a los vecinos y hermanos del sur los invade con toda la ferretería pesada y los está masacrando con misiles.

Además de un mentiroso de marca mayor, el autócrata ha demostrado la perversidad que alberga su cabeza de cebolla al envolver su mensaje en la capa histórico-ideológica de “desnazificar” Ucrania. ¿Acaso estamos en 1941 y las divisiones nazis han invadido el territorio ucraniano? La connotación histórica, perversamente calculada, apela a la memoria y los sentimientos del noble pueblo ruso que acudió a combatir a las tropas de Hitler junto a sus hermanos ucranianos. Por cierto que entre ellos había un buen puñado de republicanos españoles. Tuve la ventura de amistar con uno de ellos, el aviador José María Bravo Fernández-Hermosa. Combatió como guerrillero en la región de Azov, con el mando en Jarkov. Realizó operaciones de sabotaje a la retaguardia alemana en unas condiciones climáticas muy adversas, en las que perder el contacto visual, desorientarse y morir congelado eran sinónimos. Después, como aviador, fue jefe de una escuadrilla de Kittyawks (avión norteamericano, por cierto) encargada de proteger los pozos petrolíferos de la región de Bakú, en el Caspio. Le vi por última vez (murió el 26 de diciembre de 2009) en la presentación del hermoso libro de memorias que escribió con la colaboración del amigo Rafael de Madariaga y publicó la Fundación Aena: El seis doble: Bravo y los Moscas en la Guerra Civil Española y en la Segunda Guerra Mundial.

En términos políticos e ideológicos resulta sorprendente que el belicoso mandatario ruso consigne el término “desnazificar” cuando la extrema derecha ucraniana fue humillada en las elecciones generales ucranianas de 2019. Recibió menos del 2% de los votos. Eso es mucho menos apoyo del que consigue en países indiscutiblemente democráticos como España, Francia, Alemania o Italia. Ucrania es un país democrático, cuyo presidente popular fue elegido en elecciones libres con más del 70% de los votos. Pero además, como recordaba Jason Stanley en The Guardian, el presidente Volodymyr Zelenskiy es judío y proviene de una familia parcialmente aniquilada en el Holocausto nazi.

Bastaría lo dicho para demostrar la falacia del plutócrata ruso si no fuera porque además ese tipo que persigue, encarcela y liquida a periodistas y dirigentes de la oposición democrática encabeza el movimiento fascista global. No cabe engañarse, de comunista, como algún político botarate afirma todavía, sólo tiene la pobreza de la población de su país, acentuada durante sus más de veinte años de mandato. Las palabras de admiración y apoyo hacia del gran instigador de la ultraderecha occidental, el expresidente estadounidense Donald Trump, confirman el liderazgo faccioso de Putin. Se podrá decir, como hizo Felipe González Márquez cinco años antes del asalto al Capitolio, que Trump es un “necio” redomado, pero su bravuconada ha dado la vuelta al mundo. Y no conforme con respaldar la invasión de Ucrania a sangre y fuego, el necio añadió que “eso mismo (la invasión militar) deberían hacer ellos con México.

Ya sabemos que el nazi-fascismo es el culto al líder que promete la restauración de la grandeza de la nación supuestamente saqueada por inmigrantes, desnaturalizada por minorías étnicas y religiosas, y amenazada por feministas, gays y cuantos movimientos sociales y políticos reivindican la libertad y la igualdad. El líder fascista se erige en salvador y se cree llamado a restaurar la antigua gloria imperial (y a menudo el antiguo territorio) con violencia y por las armas. Eso es, precisamente, lo que está haciendo el canalla Putin contra Ucrania. Y contra el noble pueblo ruso, que debería “desnazificarle”, es decir, echarle ya del Kremlin a patadas.