Archivo por meses: junio 2024

Amenidades

Cuentos y descuentos del sábado (22-06-2024).–Luis Díez

Aquella mañana las nubes descargaban sus buches sobre la ciudad cuando Marisa y Fiol coincidieron en la boca del metro. Cerraron sus paraguas, se dieron los buenos días (por darse algo) y ella le preguntó a qué dedicaba la jornada de hoy, pues es sabido que el amigo y otrora compañero de estudios era rico de familia y carecía de ocupación fija.

–A conocer personas amenas y divertidas del pasado –le contestó él.

Ella dibujó una mueca de extrañeza.

–¿Del pasado? No me explico cómo vas a conocerlas si están muertas.

–Por referencias de otras vivas –le aclaró Fiol.

–¿Por ejemplo?

–Pues mira, hoy toca vascos; he quedado con dos ancianos, el primero, don Enrique Herreros (hijo), amigo del donostiarra Álvaro de Laiglesia, uno de los escritores más divertidos del siglo del átomo…

–No he leído nada suyo –le interrumpió Marisa.

–Eso es porque sus novelas no han sido reeditadas; probablemente los especialistas de Planeta entienden que el surrealismo humorístico pasó a la historia y no vende. Pero una buena selección de relatos como Se busca rey en buen estado (1968) y muchos otros mantienen su vigencia y tendrían éxito.

–Me lo apunto por si en las librerías de lance y ocasión encuentro algo.

–Escribió muchas, muchísimas novelas, a dos por año en los cincuenta y sesenta. Tenían tanto éxito que hasta los frailes las leían, como pude comprobar cuando me metieron interno en el colegio de los carmelitas. Para mí fue todo un descubrimiento.

–¿Ah, sí? Cuéntame –se interesó Marisa.

–Los frailes convocaban cada año unos ejercicios espirituales. Eran tres días terribles de silencio obligado. A cambio nos abrían su biblioteca, unos aparadores enormes entre los ventanales de la segunda planta del claustro, para que cogiéramos libros de vidas de santos. Entonces encontré uno titulado Caca nene que, por el apellido del autor, Álvaro de Laiglesia, supuse que era de un beato bueno. Resulta que era buenísimo, el libro. Me lo pasé bomba desde la primera página. Pero claro, se ve que un chaval con el semblante alegre y sonriente llamaba la atención entre aquel grupo de escolares de menos de catorce años que se aburrían como ostras vagando por aquellos patios con sus libros izados a la altura de la cara mientras con la mirada buscaban alguna piedra, algún trozo de ladrillo o de cemento al que pegar patadas. Y entonces el fraile celador me descubrió, examinó el libro y me lo quitó. A pesar de eso, el divertimento me duró dos días.

Bajaron despacio la escalera y apuraron la conversación en una orilla de la encrucijada de pasillos que conducían a los andenes inferiores de las distintas líneas del metro. Marisa consideró lógico el deseo de Fiol de obtener referencias de quien le proporcionó en su infancia unas horas de amenidad en aquel piélago de aburrimiento de los ejercicios espirituales.

–¿Y quién es la segunda persona? –preguntó a Fiol.

–La segunda es don José Prat; quiero que me hable del que fuera su jefe y amigo en el Ministerio de Guerra, Indalecio Prieto, al que, por abreviar llamaban don Inda.

La conversación quedó ahí, ya que, de pronto, llamaron su atención las protestas e imprecaciones de los ciudadanos contra el señor alcalde y la señora presidenta regional.

–¿Qué está pasando? –se dirigió Fiol a un señor muy enfadado.

–¡Que venga el enano a inaugurar ese pantano! –respondió el hombre a voz en grito.

El metro se había inundado, el agua embalsada amenazaba con llegar a los andenes y, lógicamente, los trenes no funcionaban. El hombre que les informaba tenía, como muchos usuarios, un enfado de bigotes.

–En vez de dedicarse a proferir chorradas contra el presidente del Gobierno –les dijo en lo que subían la escalera–, el enano de Cibeles y la hija de la fruta deberían ocuparse del funcionamiento de los servicios públicos, que para eso cobran tanto o más que el presidente.

Estimó Marisa que un punto de razón llevaba el hombre enfadado, pues las inundaciones del metro eran recurrentes, sin que a lo largo de los años sus titulares y gestores hubieran hecho cosa alguna para evitarlas. Abrieron sus paraguas y se despidieron en busca de otros medios de transporte.

Unos días después, Fiol refirió a Marisa una anécdota de Álvaro de Laiglesia, según la cual la censura rechazó una portada de la revista humorística La Codorniz que él dirigía y en la que el pintor Herreros (padre) había puesto la Venus de Milo con un campamento militar a sus pies. “¿Qué tiene de malo o censurable?”, preguntó el humorista. Los censores contestaron que la Venus aludía a Muñoz Grandes imponiendo su poder en el Ejército. Ellos también se creían graciosos.

Y sobre el dirigente socialista Indalecio Prieto le contó numerosas anécdotas, entre ellas, la vez que pidió a sus colegas diputados que se callaran mientras hablaba el filósofo José Ortega y Gasset: “¡Silencio, habla la masa encefálica”. O a propósito de iglesias, la vez que en campaña electoral visitó un convento de monjas y nada más entrar en la capilla olfateó unas flores que allí había y afirmó: “¡Qué aroma tan delicioso!” Las flores eran de tela, pero el esmero de don Inda en agradar le llevaba a esos extremos.

La casa del fin del mundo

Cuentos y descuentos del sábado (15-06-2024).–Luis Díez

Robert Bau solía poner nombre propio a las cosas. Llamaba Botones a su flamante coche eléctrico que ya pensaba cambiar por otro de hidrógeno, más moderno. Su frigorífico era don Pepito, el pequeño robot-escoba que circulaba limpiando la casa se llamaba Liborio, al sistema de aire acondicionado le decía Propicio y a la calefacción de gas, Ramona. Entre otras designaciones había bautizado a la cocina con el nombre de Gargantúa, el horno, Pantagruel; el tostador, don Muelles; el microondas, Milésimo. Paulina era la lavadora, Furia la televisión, Estrella el lavavajillas, Dioni el sistema de vigilancia y alarma antirrobo y, en fin, Helio la instalación eléctrica que iluminaba la casa.

El teléfono móvil de última generación tenía dos nombres, pues Bau le llamaba unas veces Pertinente y otras lo contrario. Con el Pertinente en la mano, Bau manejaba con un solo dedo los distintos sistemas y aparatos interconectados de su moderno chalet situado en Spider Valley (el Valle de la Araña), una zona tranquila, arbolada, alejada del mundanal ruido urbano, donde la burguesía media y alta había ido a plantar sus viviendas.

A Bau le gustaba alardear del poder y la conectividad. Si, por ejemplo, invitaba a amigos o amigas a tomar unas copas al atardecer, se cercioraba de que don Pepito tuviera suficientes refrescos, destilados y fermentados a la temperatura adecuada. Si iban a llegar de noche, pedía a Helio que encendiera las luces del porche un poco antes de arribar para evitar tropiezos. Y, por supuesto, no olvidaba ordenar a Ramona o a Propicio, según los casos, que proporcionaran una temperatura agradable al hogar.

Realizaba esas y otras operaciones a través de Tronk, sin complicarse la vida. Tronk era el control central, una especie de capataz que transmitía las órdenes a los aparatos. Su nombre (del castellano, “tronco”) se inspiraba en la forma de árbol ramificado de la conexión con los aparatos y sistemas digitalizados, a su vez conectados entre sí. Ni que decir tiene que si el frigorífico don Pepito advertía falta de fruta, huevos, leche y otros alimentos, informaba a Tronk y éste se lo hacía saber a Bau con el fin de que encargara la compra si quería.

Ah, se me olvidaba decir que en contraste con las tendencias zoológicas de muchos semejantes, Robert Bau era un tipo pulcro, ordenado, taxonómico, de los de cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa. Sostenía que la limpieza y el orden son los mejores amigos del hombre, y, para evitar enemigos, carecía de servicio doméstico. Aunque le sobraran posibles para pagar sirvientes, pues era un ingeniero aeroespacial muy cotizado por las empresas de armamento, prefería la domótica a la doméstica.

Al confort de tener la iluminación y la temperatura deseada al llegar a casa, añadía el gusto de mantenerla perfumada y con la humedad relativa del aire adecuada, así como la ropa lavada y seca en la bandeja de Paulina y, por supuesto, gracias a Dioni, que siempre estaba ojo avizor, tenía la certidumbre de que ni ocupas ni cacos irrumpían en su domicilio. Cuando, por razones profesionales, viajaba al extranjero, transmitía las órdenes pertinentes a Tronk para evitar la creencia de que no estaba en casa. Y entonces Tronk se ocupaba de poner música a los decibelios necesarios para hacer saber que había habitantes en el chalet. Si era de noche, Tronk también activaba la televisión y encendía una lamparita de la sala y algunas más de bajo consumo, estratégicamente colocadas para proporcionar seguridad. Téngase en cuenta que las cámaras de Helio adolecían de visión nocturna de precisión.

De este modo, con asomarse a la pantalla de Pertinente y echar una ojeada a Tronk, tenía la certeza de que su casa estaba en orden aunque él se hallara en el norte de Europa, la Costa Éste estadounidense, Oriente Medio, Nigeria, Sudán u otro lugar a larguísima distancia. Tronk era estupendo, eficaz, obediente. Le contaba las novedades y cumplía sus órdenes, fueran verbales o escritas, con rapidez extraordinaria.

Ni que decir tiene que el ingeniero Bau se sentía orgulloso de su capataz o sistema de control de sus aparatos domésticos y elogiaba su comportamiento ante los colegas, sobre todo femeninos. Dicho sea de paso, en más de una ocasión alguna mujer le sorprendía hablando con Paulina para ajustar el gasto de agua y jabón o con Ramona para verificar temperatura.

–¿Esa Paulina es tu esposa? –le preguntó más de una vez su acompañante. Y quien dice Paulina, dice Ramona o dice Estrella (el lavavajillas). Tanto daba. Entonces él soltaba una carcajada y a continuación decía:

–¿Acaso crees que estando contigo iba a llamar a mi mujer, en el supuesto de que estuviera casado?

Y para sorpresa de su interlocutora añadía:

–Hablo con la lavadora (o con la calefacción o con el lavavajillas).

Luego se solía explayar sobre la domótica y el sistema de mando y control de su “chabola”, pues le gustaba sentirse admirado más que amado.

Un plomizo atardecer, las nubes grises se acumularon y chocaron sobre Spider Valley. Los rayos y truenos precedieron al granizo y la lluvia gruesa. Tronk bajó las persianas en cuanto los sensores del vidrio de las ventanas recibieron el picoteo del granizo y las primeras gotas de agua. A continuación cerró el riego del jardín para ahorrar agua. La oscuridad incidió en el eficiente capataz, que como buen controlador central encendió el televisor, puso música y realizó otras conexiones propias de su programación flexible, adaptada a las circunstancias. Dotado de eso que ahora llaman “inteligencia artificial” (y artificiosa), Tronk envió una señal al mando, es decir a Bau, quien la recibió en su Impertinente, pero estaba ocupado.

Una hora después el ingeniero aeroespacial de la industria del armamento constató el aviso de Tronk en la pantalla de su teléfono y pulsó su icono para saber qué tripa se le había roto. Pero el controlador no se dio por aludido. Entonces marcó la clave del control, pero Tronk tampoco respondió: estaba muerto, sin conexión, más tieso que Tutankamón. Bau se empezó a enfadar. ¿Qué burla es esta, capataz? Decidió hablar directamente con el barredor Liborio: imposible. Intentó conectar con Ramona: nada. Marcó la clave de conexión con don Pepito: lo mismo. Ni siquiera el vigilante Dioni daba señales de vida. ¿Qué rayos estaba pasando?

El ingeniero Bau había pasado del cabreo a la preocupación cuando la policía local le informó de que su casa estaba en llamas y los bomberos no habían podido hacer nada para evitar la destrucción casi total, debido a que nadie les avisó a tiempo. ¿Qué había pasado? Control poseía las instrucciones concretas y había actuado correctamente, pero, según parece, los rayos de la tormenta provocaron una sobrecarga en el televisor, haciéndolo estallar y generando el fuego que devoró muebles, ropas, puertas, camas, armarios y cuantos enseres y estructuras carbonizables tenía la casa.

Ni que decir tiene que Robert Bau se hallaba desolado. Su pequeña joya tecnológica se había calcinado en menos de una hora. Destrucción era la palabra. Fue entonces cuando un colega que leía informes secretos le habló de Stanislav Petrov. Pero antes le contó que en 1983 el Reloj del Apocalipsis del planeta se había colocado a tres minutos de la medianoche. La Administración Reagan lanzó unas maniobras militares bautizadas con el nombre de Arquero Capaz. Se trataba de simular ataques a la Unión Soviética para comprobar sus sistemas de defensa. Según escribió el analista de asuntos rusos de la época y jefe de división de la CIA Melvin Goodman, el Kremlin estaba verdaderamente alarmado y preparado para responder, lo cual hubiera significado el final.

La alarma rusa era cuando menos proporcional a la osadía del Pentágono, entre cuyas arriesgadas operaciones estuvo el envío de bombarderos nucleares sobre el Polo Norte para probar el radar soviético y la presencia de buques de guerra en lugares donde no habían entrado con anterioridad, simulando ataques a objetivos soviéticos. Según los informes secretos, el mundo estuvo al borde de la destrucción nuclear. Si se salvó fue gracias a que el oficial ruso que estaba al frente de los sistemas automáticos de detección y control decidió no transmitir a sus superiores la información que situaba a la antigua Unión Soviética bajo un ataque con misiles nucleares estadounidenses. Por suerte, el sistema de control, una máquina programada e interconectada, se hallaba bajo la supervisión del controlador, una persona programada para vivir. Se llamaba Stanislav Petrov.

Agradeció Bau la plática de su compañero y se quedó pensando.

El enfado del general Meodias

Cuentos y descuentos del sábado (8-6-2024).–Luis Díez

Aquella mañana de junio, el filósofo Fiol encontró ciertamente enfadado al general Meodias. Todavía era temprano cuando el viejo oficial de Infantería apareció acompañado de su ganadería (un caniche y dos yorkshires) ante la pastelería donde Fiol solía acodarse en una mesita alta junto a la puerta a tomar un café y fumar un pitillo. El pensador (“observador de la vida”, como él decía) se encargó de los perritos del general jubilado mientras éste agarraba el pan y un vaso de café con leche y salía a echar unos párrafos sobre la actualidad política y económica del país. También deportiva, claro está.

–¿Ha visto usted por donde se descuelgan ahora esos mandrias del Supremo?

–¿A qué se refiere? –respondió Fiol.

–¿Que a qué me refiero? ¡Joder, a que en España ya se puede insultar a los jueces sin que pase absolutamente nada! –dijo el general alzando la voz, visiblemente irritado–. ¿Pues no se descuelgan diciendo que los insultos del bellaco de Puigdemont a la Judicatura no son delito ni cosa que lo valga? ¿No le parece una burla, un escándalo, un sindios…?

Fiol se encogió de hombros. Desconocía la información.

El general le ilustró sobre los improperios del político independentista catalán contra los jueces de los que huyó a Bruselas para no ser encarcelado como los demás miembros de su gobierno autonómico. “El muy cobarde les llamó cuervos togados, a los jueces del Supremo, dijo que eran fieras que se revuelven y enseñan las garras y los colmillos, golpistas a los que se les pone cara de general Pavía. Y ahora resulta que sus señorías no aprecian delito de injurias ni de odio… No me jodas, Marchenita y compañía”.

–¿Pues qué quiere que le diga, amigo Meodias? Eso va a ser que el magistrado Marchena y sus colegas se han vuelto rojeras o han sufrido un ataque de tolerancia ante la crítica. Desde luego, las comparaciones zoológicas no son agradables.

–Son ofensivas, lamentables, injustas… Los propios magistrados lo dicen en el escrito de rechazo de la denuncia de Manos Limpias. Y no, no creo que hayan sufrido ningún ataque de izquierdismo. Lo que pasa es que son cobardes y se cagan la pata abajo.

–Hombre, general, tampoco es eso. Tenga en cuenta que el derecho a la libertad de expresión ampara y permite la crítica, también a los jueces y magistrados. ¿Acaso no ha visto usted al señor Trump tratar de “corrupto” para arriba al juez que dirigió el juicio en el que el jurado le condeno a cuatro años de cárcel por más de treinta actos delictivos?

–Eso es en Estados Unidos.

–Eso es cualquier lugar llamado democracia. Usted me entiende. Y si vamos a ver ¿no tendrían que ser juzgados por injurias, amenazas y odio quienes utilizan su derecho a la libertad de expresión para incitar a la violencia contra el presidente del Gobierno y su partido?

–No extrapolemos, Fiol, que yo estoy hablando de un caso concreto. Bueno, de dos, porque los cobardes de la Sala Penal del Supremo también han rechazado la denuncia contra esa jicha, la tal Nogueras, que les llamó “indecentes”, los citó uno a uno por sus apellidos (Marchena, Llerena, Espejel, Lesmes y Lamela) y dijo que había que cesarles y juzgarlos. ¿Le parece bonito amenazar a unos hombres y una mujer por hacer su trabajo?

–Me parece mal, aunque no por eso hay que empapelar a quién utiliza la libertad de expresión en el debate político. Pero también me parece sucia y fea la acción ratonil de ciertos apéndices de la ultraderecha por prevalerse del servicio público de la Justicia para hacer política reaccionaria.

Disimuló el general su silencio con un sorbo de café y aprovechó el filósofo su falta de respuesta para comentar la gran noticia deportiva de anteayer: el triunfo del Real Madrid en la final de la Copa de Europa. Supuso que el general, como buen madridista, se sentiría feliz y contento por la conquista de la décimoquinta “orejona”, pero éste mantuvo su semblante de enfado.

–No le veo muy satisfecho –observó Fiol.

–Satisfecho sí estoy; lo que me convence menos es que hayan tenido que ser cinco negros los encargados de empujar al equipo hacia el éxito. A este paso, el equipo blanco va a pasar de media mentira a una mentira total.

–No extrapole general, que los colores del fútbol aluden a la camiseta, no a la piel –le aclaró Fiol a sabiendas de que al preboste preconstitucional le resbalaba el dato.

Palestina, Estado libre y soberano

Luis Díez

Tres décadas y un año después de la Conferencia de Paz de Madrid entre Israel y Palestina, nuestro país sigue apostando por la paz en Oriente Medio, ahora con el reconocimiento oficial del Estado Palestino en los términos territoriales de 1967, es decir, mediante el nexo de unión entre Cisjordania y Gaza, eso que algunos ignorantes interesados consideran un lema de Hamas: “Desde el mar hasta el río” (Jordán). La Conferencia de Paz, seguida de los Acuerdos de Oslo, dejaron para la historia, a mayor gloria del presidente estadounidense Bill Clinton, el apretón de manos en la Casa Blanca entre el primer ministro israelí Isaac Rabin y el presidente de la OLP Yasir Arafat. Fue “un día impresionante”, dijo Noan Chomsky al recordar el calificativo de la prensa norteamericana (P.141, ¿Quién domina el mundo?, 2016).

Para los humildes anfitriones designados por Estados Unidos (con la conformidad de las partes) y también para la mayoría de los europeos, aquel “día impresionante” de septiembre de 1993 significó la esperanza de una paz duradera. “Creímos que mediante el diálogo y un gradual aumento de la confianza se crearía una dinámica de paz irreversible que supondría acercar el proceso hacia la solución”, escribió Hilde Henriksen Waage, la comisionada del Ministerio de Exteriores de Noruega que documentó las negociaciones secretas.

Pero la realidad frustró la esperanza depositada en los acuerdos. A Rabin lo asesinaron en 1995, poco después de que el Acuerdo de Oslo II rebajara las expectativas de los palestinos, cuyo presidente Arafat murió en Francia en 2004, antes de que terminara el traslado de los contados ocupantes israelíes de la franja de Gaza hacia los territorios tomados por Israel en Cisjordania. Los acuerdos se convirtieron en papel mojado, ignoraron las resoluciones de Naciones Unidas sobre los derechos de los palestinos, mantuvieron el control militar israelí sobre los territorios de Palestina y no detuvieron la ocupación.

La apropiación territorial por parte de Israel prosiguió hacia el este mucho más allá de la Jerusalén histórica. El nuevo Gran Jerusalén incorporó Maale Adumim, ciudad construida básicamente tras los acuerdos de Oslo sobre tierras ya cercanas a Jericó. El objetivo era romper Cisjordania y acelerar la cantonalización de Palestina. Los corredores hacia el norte y el llamado “muro de separación” (muro de anexión) sobre tierras de cultivo y recursos de agua de las poblaciones palestinas han ido completando el proyecto aislacionista, el apartheid urdido por las autoridades israelís con el respaldo de Washington contra los palestinos.

Sólo en el valle del Jordán la expulsión de labradores palestinos ha sido tan progresiva y constante que de los 300.000 contabilizados en 1967 apenas quedan 30.000 en la actualidad. Y los procesos similares siguen en marcha en otros lugares. Según la recapitulación realizada por Chomsky, “desde que los Acuerdos de Oslo declararon que Cisjordania y Gaza son una unidad territorial indivisible, el dúo Estados Unidos-Israel se ha empeñado en separar las dos regiones y, sobre todo, en garantizar que ninguna entidad palestina tendrá acceso al mundo exterior”.

La política israelí de aislar a los palestinos, privarles de los recursos básicos y rechazar la solución de los dos Estados, se ha visto complementada con sucesivas matanzas en la franja de Gaza, siempre con el argumento de combatir a los “terroristas” (milicias) de Hamas. La operación “Plomo Fundido”, lanzada por el primer ministro Ehud Ólmert el 28 de diciembre de 2008, se prolongó hasta el 18 de enero de 2009 y acabó con la vida de 1.400 personas, de las que 960 eran civiles. El número de gazíes heridos superó los 30.000. Por parte israelí murieron 11 soldados y tres civiles.

La segunda gran operación, ya con Benjamín Netanyahu en el poder, fue bautizada con el nombre de “Margen Protector” y supuso la muerte de cientos de civiles en La Franja a raíz de la irrupción del Ejército Israelí. Los bombardeos y combates se prolongaron durante cincuenta días en julio y agosto de 2014. La mayoría de las víctimas fueron niños y mujeres palestinas. Los atacantes no respetaron escuelas ni hospitales, alegando que estaban siendo utilizados por terroristas de Hamas como escudos humanos.

Aparte las operaciones mencionadas, Israel viene practicando desde 2012 acciones criminales en la Franja. Son operaciones periódicas a las que llaman “cortar el césped” y que curiosamente se saldan siempre con la pérdida de vidas de niños gazatís. Es como si el “carnicero de Gaza”, Netanyahu, y sus socios ultras consideraran viable la solución de un apartheid per omnia seculas, con un control basado en las bombas, las matanzas y el terror de la población. Ante tamaño dislate cabe preguntar si es ese el proyecto de paz del Estado judío con el patrocinio, la complicidad política y la ayuda armamentista de las autoridades de Washington.

Alguien tan poco sospechoso de antisemitismo como Yuval Diskin, a quien Isaac Rabin encomendó los contactos con las fuerzas de seguridad palestinas como parte de los Acuerdos de Oslo y después, en 2005, Ariel Sharón nombró director de seguridad interna (el Shin Bet), escribió hace años (Jerusalem Post, 13-7-2013) que la solución de dos Estados beneficia y conviene no sólo a la causa de la paz sino muy especialmente a Israel. Un Estado para dos naciones supondrá, dijo, “una amenaza existencial para Israel por la aniquilación de su identidad como Estado judío y democrático” que más pronto que tarde tendrá una mayoría palestina.

Las reflexiones de Diskin, el tipo que predijo el triunfo electoral de Hamas en la Franja y ha criticado la política de Netanyahu, poseen el valor de un experto en seguridad, servicios secretos y ciberespionaje (fundó una empresa de ciberseguridad y se asoció con el alemán Piech) que conoce los riesgos de la zona y desea lo mejor para su país.

La evidencia de que un solo Estado acabaría siendo “desde el mar hasta el río” resulta abrumadora, aunque solo sea por razones demográficas. Ni la gran masacre (36.000 palestinos asesinados hasta el momento) perpetrada por el carnicero Netanyahu en respuesta al ataque de Hamas del pasado 7 de octubre, ha modificado la percepción de que un solo Estado es inviable para Israel. La aspiración de numerosos intelectuales y comentaristas políticos israelíes pasa por la solución negociada de dos Estados frente al apartheid de hecho y la consiguiente lucha de los palestinos por los derechos civiles.

El mal humor del carnicero de Gaza contra España por el reconocimiento del Estado palestino junto con Noruega, el otro país anfitrión de los acuerdos de paz de 1993 que pusieron fin a la Intifada, y con Irlanda y Eslovenia, carece de fundamento en la medida en que el propio personaje admitió la posibilidad de un “Estado palestino” cuando llegó al poder en 1996. Su principal estratega político, David Bar-Illan, dijo que si los palestinos querían llamar “Estado” a las zonas asignadas, Israel no protestaría. Y añadió: “Como si le quieren llamar pollo frito”.

La decisión “valiente y digna” del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, uno de los primeros políticos en viajar a Jerusalén para pedir a Netanyahu que parara la masacre era de hecho una de las pocas vías de presión con las que contaba nuestro país para exigir el alto el fuego, la entrada de ayuda humanitaria y la construcción de la paz. Nada que ver con la baba demagógica de las derechas domésticas que han acusado al Ejecutivo de “apoyar” al terrorismo (de Hamas en este caso) ni con las falacias del carnicero de Gaza, agasajado al mismo tiempo por el jefe de la ultraderecha desgajada del PP y caracterizado por su violencia verbal.

Más allá del viaje conjunto a Madrid del primer ministro de Palestina, Mohammad Mustafa, acompañado por los ministros de Exteriores de Jordania, Katar, Arabia Saudí, Turquía, y del secretario general de la Organización de Cooperación Islámica, Hussein Ibrahim Taha, en representación de los países musulmanes para manifestar su agradecimiento a España por “adoptar la decisión correcta en el momento apropiado” ante la “catástrofe de Gaza”, es lo cierto que el presidente estadounidense Joe Biden no ha podido resistir la presión social interna, sobre todo, de la juventud, frente a tanta muerte y destrucción en Gaza y ha forzado al Ejecutivo israelí a detener la masacre.

¿Qué ocurrirá tras el alto el fuego? Lo deseable sería avanzar hacia la mejor solución posible que, según los 140 países que ya han reconocido el Estado de Palestina, sería “la de un Estado de Palestina que conviva junto al Estado de Israel en paz y en seguridad”. Esa aspiración manifestada el 28 de mayo por el presidente español Pedro Sánchez no se desvía un milímetro del deseo de la mayoría de los ciudadanos españoles y europeos.