El enfado del general Meodias

Cuentos y descuentos del sábado (8-6-2024).–Luis Díez

Aquella mañana de junio, el filósofo Fiol encontró ciertamente enfadado al general Meodias. Todavía era temprano cuando el viejo oficial de Infantería apareció acompañado de su ganadería (un caniche y dos yorkshires) ante la pastelería donde Fiol solía acodarse en una mesita alta junto a la puerta a tomar un café y fumar un pitillo. El pensador (“observador de la vida”, como él decía) se encargó de los perritos del general jubilado mientras éste agarraba el pan y un vaso de café con leche y salía a echar unos párrafos sobre la actualidad política y económica del país. También deportiva, claro está.

–¿Ha visto usted por donde se descuelgan ahora esos mandrias del Supremo?

–¿A qué se refiere? –respondió Fiol.

–¿Que a qué me refiero? ¡Joder, a que en España ya se puede insultar a los jueces sin que pase absolutamente nada! –dijo el general alzando la voz, visiblemente irritado–. ¿Pues no se descuelgan diciendo que los insultos del bellaco de Puigdemont a la Judicatura no son delito ni cosa que lo valga? ¿No le parece una burla, un escándalo, un sindios…?

Fiol se encogió de hombros. Desconocía la información.

El general le ilustró sobre los improperios del político independentista catalán contra los jueces de los que huyó a Bruselas para no ser encarcelado como los demás miembros de su gobierno autonómico. “El muy cobarde les llamó cuervos togados, a los jueces del Supremo, dijo que eran fieras que se revuelven y enseñan las garras y los colmillos, golpistas a los que se les pone cara de general Pavía. Y ahora resulta que sus señorías no aprecian delito de injurias ni de odio… No me jodas, Marchenita y compañía”.

–¿Pues qué quiere que le diga, amigo Meodias? Eso va a ser que el magistrado Marchena y sus colegas se han vuelto rojeras o han sufrido un ataque de tolerancia ante la crítica. Desde luego, las comparaciones zoológicas no son agradables.

–Son ofensivas, lamentables, injustas… Los propios magistrados lo dicen en el escrito de rechazo de la denuncia de Manos Limpias. Y no, no creo que hayan sufrido ningún ataque de izquierdismo. Lo que pasa es que son cobardes y se cagan la pata abajo.

–Hombre, general, tampoco es eso. Tenga en cuenta que el derecho a la libertad de expresión ampara y permite la crítica, también a los jueces y magistrados. ¿Acaso no ha visto usted al señor Trump tratar de “corrupto” para arriba al juez que dirigió el juicio en el que el jurado le condeno a cuatro años de cárcel por más de treinta actos delictivos?

–Eso es en Estados Unidos.

–Eso es cualquier lugar llamado democracia. Usted me entiende. Y si vamos a ver ¿no tendrían que ser juzgados por injurias, amenazas y odio quienes utilizan su derecho a la libertad de expresión para incitar a la violencia contra el presidente del Gobierno y su partido?

–No extrapolemos, Fiol, que yo estoy hablando de un caso concreto. Bueno, de dos, porque los cobardes de la Sala Penal del Supremo también han rechazado la denuncia contra esa jicha, la tal Nogueras, que les llamó “indecentes”, los citó uno a uno por sus apellidos (Marchena, Llerena, Espejel, Lesmes y Lamela) y dijo que había que cesarles y juzgarlos. ¿Le parece bonito amenazar a unos hombres y una mujer por hacer su trabajo?

–Me parece mal, aunque no por eso hay que empapelar a quién utiliza la libertad de expresión en el debate político. Pero también me parece sucia y fea la acción ratonil de ciertos apéndices de la ultraderecha por prevalerse del servicio público de la Justicia para hacer política reaccionaria.

Disimuló el general su silencio con un sorbo de café y aprovechó el filósofo su falta de respuesta para comentar la gran noticia deportiva de anteayer: el triunfo del Real Madrid en la final de la Copa de Europa. Supuso que el general, como buen madridista, se sentiría feliz y contento por la conquista de la décimoquinta “orejona”, pero éste mantuvo su semblante de enfado.

–No le veo muy satisfecho –observó Fiol.

–Satisfecho sí estoy; lo que me convence menos es que hayan tenido que ser cinco negros los encargados de empujar al equipo hacia el éxito. A este paso, el equipo blanco va a pasar de media mentira a una mentira total.

–No extrapole general, que los colores del fútbol aluden a la camiseta, no a la piel –le aclaró Fiol a sabiendas de que al preboste preconstitucional le resbalaba el dato.

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